Por la boca… Dimisiones retardadas

Ocurre siempre con la práctica totalidad de los políticos que se ven obligados a dimitir y Esperanza Aguirre no ha sido una excepción. En menos de un fin de semana se ha pasado del no dimito y estoy a aquí porque me eligieron los madrileños, al me marcho.

Como es de suponer que una decisión tan grave no se toma de la noche a la mañana, no se entiende muy bien el afán por retardar el anuncio de la dimisión.

Como el fondo de la dimisión de Aguirre está más que claro y no merece más análisis -salvo que el asunto sea de los de espoleta retardada, que todo puede ocurrir- hay que fijarse en la forma, y la forma no pude ser más desafortunada.

Tras una resistencia numantina, escarceos con la prensa y con sus compañeros de partido y de corporación y un interés insólito por negar la evidencia, poniendo por delante eso de la presunción de inocencia, se declara ahora, apenas transcurridas unas horas, engañada y traicionada y como ha sido engañada y traicionada, presenta la dimisión porque no vigiló bien, aunque hace muchos años que pidió aclaraciones a Ignacio González al que siempre llevó de número dos en todos los cargos que ocupó.

Es evidente que las cosas se pueden hacer mejor y, sobre todo, con más diligencia.

Las especulaciones se desatan y el ultimátum brasileño de Mariano Rajoy –que dicho sea de paso se está especializando en resolver los asuntos de su partido, al menos e cara a la galería, desde muchos kilómetros de distancia- está en boca de todos, así como las presiones de Cristina Cifuentes o de María Dolores de Cospedal.

Por eso se entiende menos la forma en la que ha dimitido Aguirre que, por otra parte, no se diferencia apenas de otras renuncias tanto en el Partido Popular como en otras formaciones.

 
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