Por la boca… Una abdicación simplemente normal

El Rey ha abdicado. Así de escueto. Y según nuestra Constitución –y previos los pasos jurídicos que también marca la Constitución- el Príncipe de Asturias se convertirá en Rey de España, titular de la Corona y Jefe de Estado. Es un proceso automático. Precisamente el Rey ha dejado claro en su mensaje que la continuidad es una de las notas distintivas de la Monarquía.

Inevitablemente se van a dar todo tipo de especulaciones y opiniones sobre los motivos que han llevado a Don Juan Carlos a tomar una decisión que es importantísima para España. Pero no va a ser fácil, ni que nadie sepa, ni que nadie acierte. La incredulidad va a presidir y va a ser el resultado de todo lo que ha dicho el Rey. Don Juan Carlos ha enfatizado la necesidad del cambio de generaciones como motivo fundamental de su decisión y no hay ningún motivo para no creerlo, aunque puedan, y es normal, haber influido otras circunstancias

La discreción ha presidido todo el proceso, haya sido el que haya sido, y la discreción tiene siempre una enorme carga de naturalidad.

Interesados  por sacar las cosas de quicio va a haber. Interesados por arrimar el ascua a su sardina van a ser inevitables. Quienes quieren socavar prestigios y negar trayectorias van a aprovechar el momento. Y también eso forma parte de la normalidad. De esa normalidad se van a salir muchos, pero no deberían hacerlo quienes forman parte de los estamentos públicos y tienen responsabilidades derivadas de sus cargos o de su situación política, incluidos los partidos en el Gobierno o en la oposición.

Estará en juego la salud del Rey. Se manejará la situación familiar. Se aprovechará que el río de la abdicación pasa por los juzgados de Mallorca etc. Y posiblemente todo eso habrá influido en la decisión, pero va a ser difícil que nos enteremos de la auténtica realidad y, además, ese desconocimiento es lógico por muchas cábalas que se hagan.

Pero si hay algo que invita a la reflexión, es la oportunidad, el momento en el que se ha dado la noticia. Con independencia del reconocimiento que todos los españoles debemos al Rey –a pesar de los pesares, y ha habido muchos pesares- hay que decir que quedan demasiados flecos pendientes en la misma Monarquía, y más concretamente en la Familia Real, y es normal pensar que quizás hubiera sido más prudente que esos flecos los hubiera rematado Don Juan  Carlos y que Don Felipe hubiera recibido de manos de su padre una Institución con menos lastre.

Que nadie se llame a engaño. Quién más sabe de las razones y quién más enterado está de su situación personal y de la Corona es el propio Rey. De su olfato político y de su entrega a España nadie puede dudar.

El resto, opiniones, cábalas y especulaciones son solamente eso.

 
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