Por la boca… Añoranza del bipartidismo, también en la oposición

Pedro Sánchez y Pablo Casado.
Pedro Sánchez y Pablo Casado.

Es evidente que a los únicos que está beneficiando la -de momento- desaparición del bipartidismo, es a las pequeñas formaciones que, con un escasísimo número de escaños, se han hecho dueñas de la situación y detentan un poder de manera desproporcionada.

Aunque se desconocen las razones, y hasta los razonamientos, son muchos los que ante la llegada de nuevas formaciones, de uno u otro signo a la política española, se las prometían muy felices con la desaparición del bipartidismo y del monopolio que ejercían socialistas y populares.

Los más fervorosos defensores de la nueva situación fueron los comunistas de Podemos y los -no se sabe muy bien a qué ideología quedarse- de Ciudadanos.  Hablaban y hablan con entusiasmo de la regeneración democrática, de la limpieza en la gestión pública y de muchas “arcadias” más que, hasta la fecha, nadie ha visto.

Es evidente que a los únicos que está beneficiando la -de momento- desaparición del bipartidismo, es a las pequeñas formaciones que, con un escasísimo número de escaños, se han hecho dueñas de la situación y detentan un poder de manera desproporcionada.

Los efectos negativos en el ejecutivo los tenemos a la vista y muy presentes desde la moción de censura, hasta la última o penúltima fechoría del gobierno de Sánchez obligado, para conseguir y mantener el poder, a concesiones sin cuento a una formación comunista con 35 escaños y abocado a echarse en los brazos de los separatistas que no tienen representación alguna en España salvo en sus respectivas regiones.

Pero si las consecuencias de esa atomización las estamos sufriendo en la formación de gobierno y en su posterior gestión, igualmente son nefastas para la oposición.

La secuencia de acontecimientos que viven el Partido Popular y Ciudadanos con sus pretendidas alianzas en el País Vasco -con despedidas traumáticas- y en Galicia -con soberbias personales- son una buena prueba de que la oposición se ejercía mejor y se desenvolvía con más soltura en las épocas anteriores en las que, tanto la formación en la oposición como el partido en el poder, tenían la suficiente fuerza para desarrollar e imponer, en su caso, sus criterios políticos y sus respectivas ideologías. Incluso eso que tan sofisticadamente se llaman pactos de estado, eran mucho más viables.

Que el Partido Popular o sus dirigentes de Génova se vean en la peligrosa situación de resquebrajar la autoridad y la unidad interna por su pretendida necesidad de pactar con un partido que tiene 10 escaños en España y que es un perfecto desconocido en ciertas autonomías, da idea  de la situación caótica, también en la oposición, gracias al multipartidismo del que algunos hablaban maravillas.

Un pluripartidismo bueno para los pequeñitos, porque nunca tan pocos tuvieron tanto poder.

 
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