Por la boca… Ciudadanos se diluye en diésel

Apoyar a un gobierno como el de Sánchez dejándose obnubilar por el señuelo de bajar los impuestos del diésel, además de hacer de tontos inútiles, supone el principio del fin de un partido desnortado.

Mientras Arrimadas y Aguado deciden lo que quieren ser de mayores y Bal lo que quiere ser en la otra vida (esa que se ha buscado tras las oposiciones a Abogado del Estado) Ciudadanos va dando tumbos como si se les hubiera ido la mano empinando el codo del diésel.

Cuando un partido político que se desangra a base de abandonos de los más viejos del lugar y de errores de los actuales mandatarios quiere recomponerse, lo ha de hacer desde dentro y rebuscando en sus propias esencias y no creyéndose su propio engaño de que haciendo concesiones a un Gobierno puede mantenerse vivo y presente en la política nacional.

Apoyar a un gobierno como el de Sánchez dejándose obnubilar por el señuelo de bajar los impuestos del diésel, además de hacer de tontos inútiles, supone el principio del fin de un partido desnortado.

Dicen que Ribera, a la vista de lo que sucede en Ciudadanos, está criticando todo lo que se lleva a cabo en la formación que él fundó; pero que nadie olvide que se marchó tras un sonoro fracaso electoral  y sin conseguir encontrar, en el ámbito nacional, el sitio que se supone tenía en Cataluña.

El sueño de un partido de centro que se iba a alimentar de los votos de la izquierda del Partido Popular y de los de la derecha del Partido Socialista era una pura teoría o, si se quiere, un engaño que Ribera se hizo así mismo y a sus seguidores y que la impericia política de Arrimadas y la ambición de no se sabe qué, de personajes como Bal y como Aguado, han dejado en paños menores en muy poco tiempo.

Posiblemente el mayor error de Ribera y de sus sucesores ha sido creerse sus propias fantasías y por eso ahora hacen de tontos inútiles. Lo de tontos políticos, a la vista está; lo de inútiles es palmario por cuanto ni siquiera son necesarios para que Sánchez saque adelante sus desvaríos presupuestarios.

En esa magnífica serie  titulada “El ala oeste de la Casa Blanca”, uno de los personajes le dice a otro: “No te hagas el tonto”. A lo que el interpelado responde: “No me hago el tonto, soy tonto. Lo que pasa es que a veces me hago el listo”.

Pues eso.

 
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