Por la boca… La coalición está con resaca

Pedro Sánchez y Yolanda Díaz, en el Complejo de la Moncloa (Foto: Pool Moncloa / Borja Puig de la Bellacasa).
Pedro Sánchez y Yolanda Díaz, en el Complejo de la Moncloa (Foto: Pool Moncloa / Borja Puig de la Bellacasa).

De cara a la presentación de Díaz en el Magariños, todo, primarias incluidas, tiene que pasar por el fielato de Iglesias y dicen en Ferraz que o Sánchez llama a su antiguo vicepresidente -el que nombró a Díaz a dedo- para arreglar las cosas, o que la candidatura de la “izquierda a la izquierda de la izquierda” lo tiene crudo.

Tras la borrachera de autoelogios de Sánchez y de Díaz y el “mareo” de Montero (la de los impuestos) Albares y Alegría, ebrios de placer internacional por la visita de Sánchez a China y al chino amigo de Putin, de los parabienes desde los escaños gritones a la manera de López (pero Pedro ¿tu sabes lo que es una nación) los rictus masticantes y cabreados de Belarra y Montero (la de turismo en Nueva York) y la danza de los siete tupidos velos que despliega Bolaños para cubrir las desnudeces inmobiliarias malagueñas de la otrora jefa de los guardias civiles y las no menos coritas (asesores consultar el DRAE) francachelas de “berni”, la coalición progresista o lo que sea, ha vuelto dónde solía y dónde solía es a enfangarse con las “colocaciones” de unos y otros en las listas, al chapoteo fecal de Iglesias en los llamados medios de comunicación que el mismo irriga y a la batalla puñalesca por llegar a unas posibles negociaciones postparto electoral en las mejores condiciones posibles.

Y Sánchez lleva la tuna de los ministros socialistas bajo el balcón de Díaz y Díaz niega los “besiños” a Belarra y a Montero (la de turismo en Nueva York) y todos enfangan a todos.

Y a eso Sánchez lo llama coalición de gobierno, cohesionada y fuerte.

Porque ya en las afueras del Congreso y apenas clausurada la sesión por Batet, en una de sus brillantes intervenciones, Belarra y Montero (la de turismo en Nueva York) que apenas habían probado el azúcar de las filloas de los arrumacos de Díaz, se apresuraron a hablar de primarias, del progresismo de guardarropía de Sánchez y del sí es sí, del cambio de sexo de algunos aspirantes a policía o de la ley de la vivienda. O sea de su programa, de sus pretensiones y de sus condiciones para permanecer en el Gobierno, del que no se van a ir porque el sueldo es el sueldo, sino para batallar el primer lugar de Díaz en la mesa de “Le diner de cons” (asesores de Bolaños, buscar en la obra de Francis Veber)  que se avecina en las elecciones ya inminentes.

Y lo que es más divertido, de cara a la presentación de Díaz en el Magariños, es que todo, primarias incluidas, tiene que pasar por el fielato de Iglesias y que dicen en Ferraz que o Sánchez llama a su antiguo vicepresidente -el que nombró a Díaz a dedo- para arreglar las cosas, o que la candidatura de la “izquierda a la izquierda de la izquierda” lo tiene crudo.

La batalla no es ideológica y nada tiene que ver con un supuesto proyecto político. En estos momentos la lucha está en los puestos de las listas, las cabeceras y los protagonismos de Belarra, Díaz y Montero (la de turismo en Nueva York). Son muchos los que ven peligrar sus emolumentos de altos cargos y muchos más los que verían esfumarse tarjetas, subvenciones, dietas, viajes, despachos, empresillas y chiringuitos más o menos machistas, más o menos feministas, más o menos trans y talleres bien remunerados de sexología para bebés recién nacidos.

Son los que ya lo han logrado y no quieren perderlo y los que han visto como otros lo han conseguido y ahora piensan que les toca a ellos.

No es que se jueguen la coalición de gobierno que, si pueden, seguirá igual y con Sánchez a la cabeza si es que no emigra a cumplir sus altos destinos de forjador del nuevo orden internacional -Bolaños, Albares, Montero (la de los impuestos) y Alegría, dixit- lo que se juegan es llegar a la negociación de esa coalición con la mayor fuerza posible.

 

Por eso chapotea Iglesias en las alcantarillas de sus medios de comunicación y comadrea Sánchez con sus leyes.

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