Por la boca… La pandemia, el chicle y Sánchez

Pedro Sánchez, en una comparecencia en el Palacio de la Moncloa.
Pedro Sánchez, en una comparecencia en el Palacio de la Moncloa.

La clase política, debería de hacer un esfuerzo para normalizar cuanto antes la vida pública y –sin aparcar una sola de las medidas de seguridad-  no estirar la utilización dialéctica de la pandemia más de lo necesario, porque al final el chicle suele romperse y dejar todo pringoso.

Se dice que ninguna conmoción dura más de 48 horas, entre otras cosas porque hay apetito de la siguiente. Los españoles están acostumbrados a que, en menos que canta un gallo, una conmoción suceda a otra. Es eso de procurar tapar un paso mal dado, un escándalo o una felonía con otra felonía, con otro escándalo y dando otro mal paso y además hacerlo en el espacio de tiempo más breve posible.

Todos los desafueros que ha cometido Sánchez desde su llegada a La Moncloa tras la moción de censura, han durado muy poco, han sido debidamente tapados por otros y apenas si han dejado huella en el común, y precisamente por eso, la oposición debe procurar que esa memoria colectiva flaquee lo menos posible.

Con el aquel de la pandemia y del estado de alarma las mentiras, los incumplimientos y los desastres en la gestión, han alcanzado cotas insospechadas y ahora es el momento de apelar a quienes tienen la obligación de recordárselo a los españoles.

Pero estirar el chicle de la pandemia y usar la tragedia vivida como arma arrojadiza es algo que todos deberían de evitar. La clase política, debería de hacer un esfuerzo para normalizar cuanto antes la vida pública y –sin aparcar una sola de las medidas de seguridad- no estirar la utilización dialéctica de lo sucedido, más de lo necesario porque, al final, el chicle suele romperse y dejar todo pringoso.

Sánchez es un experto en chicles. Juega con los globos de las mentiras, finge que hace algo, como si masticará los asuntos y al final todo queda en nada. Y ahora intenta estirar y estirar las consecuencias de la pandemia hasta pringar a las autonomías.

Cuando cedió la gestión era de temer que algo así iba a ocurrir y que aprovecharía el menor resquicio para lavarse las manos. En la última homilía volvió a arremeter contra Ayuso y la gestión en Madrid y terminó los estiramientos con un  amenazante y despreciativo “ahí lo dejo”.

Lo que pasa es que como diría el clásico “imposible lo hais dejado para vos y para mí” porque, rebrotes normales aparte, la gestión de Sánchez, Illa y Simón, a pesar de las camisetas del “primer año triunfal”, no ha podido ser más negativa.

Post scriptum. Preguntar no es ofender: ¿Hay alarma en La Moncloa (por aquello del gafe) ante la defensa cerrada que ha hecho Rodríguez Zapatero del gobierno de coalición?

 
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