Por la boca… La perversión, políticamente correcta, del lenguaje

Hay cosas de las que no se habla o palabras que no se pronuncian, sin la autorización de quienes ostentan el monopolio de lo políticamente correcto.

Es igual que sea una canción, la calificación de un político, una creencia religiosa, la definición de una ideología, el uso de una bandera o la iniciativa de un ayuntamiento. Hay una especie de censura previa que todos han admitido -asumido se dice ahora- y sin la aquiescencia de los que se han erigido en censores es muy difícil definir, calificar o hablar, de lo que siempre se ha hablado, siempre se ha calificado y siempre se ha definido.

Hay cosas de las que no se habla o palabras que no se pronuncian sin la autorización de quienes ostentan el monopolio de lo políticamente correcto.

Se ha llegado así a una perversión del lenguaje que, paradójicamente, de perversión ha pasado a ser lo correcto.

Hay presupuestos sociales, ultraderecha, fascismo, nazismo e incluso violencia machista, pero no hay -pura paradoja- violencia feminista, ultraizquierda, marxismo, comunismo o presupuestos liberales.

Lo social es que nos digan lo que tenemos que comer, los hijos que podemos tener, lo que tenemos que estudiar, lo que hay que creer, la historia que hay que saber, los cigarrillos que debemos fumar, la velocidad a la que tenemos que ir, cuándo y dónde podemos usar el coche, las horas en las que hay que andar en bicicleta o los kilómetros que es saludable andar cada día.

No es difícil comprobar que la ultraizquierda existe; que el comunismo es un régimen tan reprobable como el nazismo; que los que no nos dejan comer, comen; que los que nos reprochan nuestras palabras también las usan; que los que critican a los partidos que denominan de ultraderecha gobiernan con partidos de ultraizquierda; que quienes hablan de honradez intelectual plagian y que los que predican transparencia, ocultan bienes y camuflan obligaciones fiscales.

Si no fuera porque hay dictaduras ideológicas mucho más nefastas, habría que zafarse de la dictadura del lenguaje, escapar de lo políticamente correcto y no pasar por el aro de las repeticiones, machaconas y topiqueras, de quienes quieren hacer de nuestra capa el sayo de sus intereses.

 
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