Por la boca… Un político nebulosa

Josep Antoni Duran i Lleida ha decidido que deja de ser el número dos de Convergéncia i Unió.  Seguirá, de momento, en Unió, y en su puesto de portavoz en Madrid de los nacionalistas catalanes.

Como era de esperar ni él ni nadie cercano, ha aclarado nada sobre las razones de su marcha. Y si no hay explicaciones, más o menos claras, las especulaciones se desatan.

Para muchos la culpa es de la famosa ‘consulta’. En la rueda de prensa en la que ha comunicado su decisión, Duran ha negado el menor desacuerdo, pero basta rebobinar –rebobinar muy poco- para encontrar desacuerdos, incomodidades y declaraciones más o menos en contra.

Se puede pensar en discrepancias con Artur Mas. Discrepancias también negadas por ambas partes pero que han existido y seguían existiendo en el momento de la despedida.

Lo más socorrido es pensar en razones personales y, ante esas razones, no hay nada que decir y todo se envuelve en el máximo respeto por la decisión tomada.

Duran i Lleida es uno de los políticos que mejor se ha movido en la bruma. Sus actuaciones desde hace muchos años han estado presidias por la ambigüedad más o menos estudiada. Un catalán que pudo ser ministro en Madrid y que al final se quedaba siempre en segundo de quién estaba al frente de Convergéncia i Unió, y bailaba con la fea de tener que estar en Madrid templando gaitas.

Un maestro del funambulismo que había tendido un alambre entre Barcelona y Madrid por el que transitaba, a veces, hasta sin pértiga pero siempre con una red debajo. Tránsito que, muchas veces, ni se veía al taparlo la bruma que el propio político desparramaba a su alrededor.

Es seguro que Duran i Lleida habrá prestado magníficos servicios a Madrid y a Barcelona, pero no es menos cierto que nadie puede juzgarle con un mínimo de seguridad, pura y simplemente, porque siempre se le ha visto entre las nieblas del ‘sí pero’, del ‘ahora vale y luego no vale’ y el ‘aquí una cosa y aquí otra’.

Duran siempre jugó al mismo juego que era el suyo propio, pero lo hacía con barajas distintas que cambiaba en el momento oportuno.

 

No debe de ser fácil ser siempre el aspirante a todo  y quedarse en la eterna promesa de la nada y, lo peor de todo, tener la misma consideración en Madrid que en Barcelona.

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