Por la boca… Sánchez: infalible pero incompetente

Pedro Sánchez en el Senado
Pedro Sánchez en el Senado

Hay que tener muy poca vergüenza política (¿y de la otra?) y ser un desahogado político (¿y de lo otro?) para tras un fracaso tan estrepitoso, querer implantar un estado de alarma de seis meses, sin asumir uno solo de los errores en la gestión política, sanitaria, social y económica. 

Muchos se preguntaban - además de dudar de la oportunidad de la visita de Sánchez al Vaticano - por los fines que le llevaban a dialogar con Francisco. Ahora se han disipado todas las dudas: Sánchez fue a Roma para cotejar su infalibilidad con la del Papa y constatar que la suya es mucho más sólida.

Sánchez  -a juzgar por sus comparecencias y muy concretamente la del pasado domingo -  es el hombre que nunca se equivoca, el individuo que todo lo hizo, lo hace y lo hará bien.

Sánchez es el único político mundial que no ha cometido un solo error en su gestión de la pandemia. Desde, los planes que con muchííííísma antelación ha ido haciendo con la compra de material, la protección de los sanitarios y de los más vulnerables, hasta la elección de sus inmediatos colaboradores y la información transparente a los ciudadanos,  siempre con la verdad por delante, pasando por los aspectos jurídicos, constitucionales y sanitarios, la desescalada, las vacaciones veraniegas, las previsiones anticipadííííísimas para la llegada de la segunda ola y las medidas tomadas para vencerla, todo en la andadura de Sánchez ha sido perfecto y una sucesión de aciertos sin parangón en el mundo.

Por eso estamos dónde estamos y estamos cómo estamos.

En Sánchez todo es posible, incluso su ambivalencia en cuanto a “cualidades” se refiere. En Sánchez son perfectamente compatibles, la inutilidad y la ineficacia con la mentira y el embuste. Sánchez puede ser al mismo tiempo inoperante y artero, mendaz e inane, estéril y falaz.

Sánchez sigue agitando el fantasma de los científicos y los expertos para ocultar sus carencias y además pretende que, ante su llamamiento a la unidad, la oposición deje de existir, el parlamento calle y los ciudadanos asientan. 

Hay que tener muy poca vergüenza política (¿y de la otra?) y ser un desahogado político (¿y de lo otro?) para tras un fracaso tan estrepitoso, querer implantar un estado de alarma de seis meses, sin asumir uno solo de los errores en la gestión política, sanitaria, social y económica. 

Y además, remilgado. Porque  El latiguillo de “resistencia, disciplina y moral de victoria”, no deja de ser una cursilada vacía de contenido que debería de invalidar cualquier gestión pública.

 

Sánchez habla de la primera ola como si se tratase de un triunfo personal y afirma sin empacho que las cifras quedaron a cero. Además de que miente descaradamente - y suponiendo que sea capaz de hacer algo para minimizar las nefastas consecuencias de la segunda ola - ¿organizará otra desescalada tan calamitosa como la anterior? ¿preparará un plan para una tercera ola, a la vista de los resultados de eso que llama gobernanza?

Retórico, plúmbeo y repetitivo, afirma que la cogobernanza consiste en haber logrado un record de reuniones con las autonomías, pero lo que no dice es que en esas reuniones se ha limitado a “torear” a sus interlocutores sin aportar la más mínima solución.

Ante la perspectiva de seis meses sin control parlamentario, dice Sánchez que cada quince días el Gobierno dará cuenta de la situación. Pero lo que no explica es la falacia de esas comparecencias en las que no se informa de nada y mucho menos se responde con claridad a preguntas concretas.

El problema de Sánchez es la falta de credibilidad de él, de Illa y de Simón, y una ciudadanía que no cree en lo que dicen y hacen sus gobernantes en el momento gravísimo de una pandemia, difícilmente va a cumplir con el estado de alarma y el trágala del TOQUE DE QUEDA (con mayúsculas y negrita). Porque aunque Sánchez pretenda que se emplee el eufemismo de las “restricciones de movilidad nocturna” el TOQUE DE QUEDA (con mayúsculas y negrita) es, pura y simplemente, un TOQUE DE QUEDA (con mayúsculas y negrita).

Y ahora, a pagar justos por pecadores. Y lo más grave es que Sánchez conocía y conoce dónde, cuándo y cómo están los pecados y los pecadores. Pero su inutilidad como gestor y como político y sus cálculos electorales, no le han permitido combatir el foco de los contagios en la raíz de los incumplimientos.

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