Por la boca… El síndrome de Europa

Se habla mucho –se ha convertido en un tópico- del síndrome de La Moncloa. Parece que los que llegan allí, cambian sus opiniones, sus formas de actuar y hasta sus planteamientos previos. Como hay que pensar que los muros del tal palacio no tienen influencias raras, se puede concluir que se trata simplemente del hecho de que no es lo mismo ‘predicar que dar trigo’. O sea, que una cosa es estar en la oposición y otra muy distinta gobernar.

Y hay otro síndrome de semejantes características, pero con sus matices, que es el síndrome de Europa. Caen en él la inmensa mayoría de los gobernantes. Llegan a sus respectivos gobiernos con unas ideas, más o menos claras, sobre lo que supone la Unión, lo que significa Bruselas y el poder que tiene el Banco Central Europeo, entre otras cosas, y en muy poco tiempo esas ideas y esos planteamientos se han ido al garete.

¿Qué ocurre? Pues desde un cierto paletismo, a un poner los pies en el suelo, pueden ocurrir muchas cosas y ser muchas las causas, pero lo cierto es que Europa ‘impone’ –en el sentido de infundir respeto- y que Europa ‘se impone’ –en el sentido de ordeno y mando-. Ambas cosas las estamos viviendo en la actualidad. Desde la llegada en tromba de Mariano Rajoy cambiando cifras a diestro y siniestro y presumiendo de que lo había hecho sin consultar y, por supuesto, sin comunicarlo a sus colegas Europeos, se ha llegado a una situación de sumisión, más que evidente, a juzgar por los temblores que nos han producido, sin ir más lejos, las elecciones francesas.

Y esto no ocurre solamente en España. Habrá que ver en qué quedan, en unos meses las ideas más o menos antieuropeas del flamante presidente de Francia y eso que el país galo tiene más poder en Europa que cualquier otro si exceptuamos Alemania. Alemania que también cambia el paso en no pocas ocasiones al ritmo de Bruselas.

¿Y qué es Bruselas? Pues poco más que una manada de funcionarios que, en el papel, siempre sobre el papel, toman decisiones sobre nuestras vidas y sobre nuestras economías sin saber por qué y lo que es más grave, sin que ninguno de nosotros sepamos quienes y por qué les han otorgado esas prerrogativas.

Una vez más se demuestra que los más listos de los europeos son, precisamente, los menos europeos, es decir, los británicos.

 
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