Por la boca… La sociedad española entre la resignación y el miedo

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El miedo y la resignación son dos de las peores actitudes que pueden enseñorearse de una sociedad por cuanto la esterilizan y la impiden prosperar en lo social, en lo económico e incluso en sus objetivos de convivencia.

En España, bastante antes de la llegada de la epidemia, existe un componente de resignación y de miedo que atenaza a los individuos y del que quizás se estén aprovechando grupos de intereses económicos, políticos y hasta ideológicos.

Posiblemente el coronavirus y el tratamiento que a la pandemia están dando los poderes públicos, hayan influido en  la situación, pero es evidente que el mal viene de lejos y no se trata de algo coyuntural sino de sensaciones y hasta de realidades que se han instalado en el corazón de la sociedad.

Existe rechazo a muchos de los planteamientos que hacen los políticos y quienes gobiernan, pero aflora con más fuerza un gran escepticismo que se resigna a que las cosas sucedan, a que tiene que ser así, a que no hay remedio. Muchos tiraron la toalla hace tiempo y piensan que la solución es imposible.

Junto a la resignación, ha tomado carta de naturaleza lo que algunos han llamado la cultura del miedo. Desde los medios de comunicación que se hacen eco de lo que dicen quienes “mangonean” la sociedad, los mensajes son constantes y unívocos, y esos mensajes, en muchos casos, prevalecen sobre la realidad que los individuos viven y pueden constatar cada día, sin que esa realidad lleve a una reflexión más optimista y esperanzada.

Desde los problemas con el agua del grifo, con la obesidad o con la excesiva flaqueza, los refrescos con azúcar, los horarios de las comidas, las grasas, los males de tomar el sol o de no tomarlo, la comida basura, el pan, el flúor, los electrodomésticos, los coches, jugar en los parques, los comedores escolares, las fibras que nos visten, las alergias de nuestras mascotas, los grupos de riesgo, los más vulnerables, las vacunas, fumar, comer, dormir, los ácaros, los materiales de construcción de nuestras casas, los humos, el mar y toda la naturaleza… todo es objeto de análisis negativos y de advertencias cuando no de profecías de males apocalípticos.

La pandemia ha sido simplemente un seguir en la misma línea, con más o incidencia y con resultados dramáticos. Todo es causa de temor y es el caldo de cultivo para vivir encogidos.  Todo escapa a nuestro control y las soluciones apenas se vislumbran. En muchos casos los valientes y los esforzados son tildados de irresponsables, e incluso los problemas habituales y normales de la existencia humana y de la convivencia, son catalogados como traumas psicológicos.

El miedo y la resignación son dos de las peores actitudes que pueden enseñorearse de una sociedad por cuanto la esterilizan y la impiden prosperar, en lo social, en lo económico e incluso en sus objetivos de convivencia.

Lo más preocupante es que de esa cultura del miedo y de esa resignación, participan mayoritariamente los jóvenes. Flaco servicio hacen los sembradores del miedo y los predicadores del “no hay nada qué hacer”, en aras de no se sabe qué criterios ideológicos, desesperanzados y masoquistas.

 

Ante esta realidad cabría preguntarse quienes son los beneficiados y la conclusión apunta a una clase dirigente -no solamente en el plano de la política- a quien una sociedad adormecida, resignada y atemorizada  y, por supuesto, sin espíritu crítico, permite cumplir objetivos nada confesables -y menos confesados- de dominio en todas las vertientes de la existencia común, singularmente en lo político lo ideológico y lo económico

Y de situaciones así, sumada la tragedia del coronavirus, ni se sale más fuerte ni siquiera es fácil salir. 

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