Por la boca… Las vergüenzas de cada día

Pedro Sánchez, en el Congreso.
Pedro Sánchez, en el Congreso.

Si, como decía el filósofo, cada día trae su afán, en nuestra vida política, además del afán, cada día trae su propia vergüenza. Vergüenza de las mentiras y de los fraudes; vergüenza de los debates públicos y vergüenza del nivel de algunas de nuestras universidades.

Dice Pedro Sánchez que, con todas estas cosas de su tesis y la manía de airear los trapos sucios, se oscurece la democracia. Es aquello de embarrar y enfangar el campo de juego político. Pero, con independencia de que eso de los trapos sucios, para Sánchez, no hace mucho, era transparencia, lo cierto es que una cosa es que la lluvia y el polvo provoquen el fango y el barro y otra -como hacen algunos entrenadores- es que el campo se riegue para convertirlo en un  lodazal.

En España se dan ambas circunstancias. Por un lado llueven y llueven corrupciones de todo tipo que lo anegan casi todo y por otro, hay quienes se encargan de regar para provocar el barro sucio.

Si, como decía el filósofo, cada día trae su afán, en nuestra vida política, además del afán, cada día trae su propia vergüenza. Los últimos días hemos tenido una buena prueba de esas vergüenzas, tres -para ser exactos- pero podían ser más.

Es una vergüenza la fiebre por inflar curricula a base de títulos inexistentes, de favores académicos y de trampas administrativas.

Es una vergüenza, que esas falsedades, incluso con toda su gravedad, constituyan y llenen las agendas de políticos, partidos, medios de comunicación y mentideros ciudadanos, como si en este país no hubiera asuntos de gran calado y de enorme gravedad, que están esperando el debate político, la propuesta de los partidos y la atención y denuncia, en su caso, de los medios.

Es una vergüenza el nivel de endogamia, de corrupción académica y de indigencia científica, de algunas de nuestras universidades que están dando al traste con la valía de titulaciones que, no hace tantos años, suponían un enorme plus de prestigio intelectual y profesional.

Nos hemos acostumbrado al barro y a la pelea de taberna en casi todos los foros. Nuestra vida política se degrada a pasos agigantados entre acusaciones, insultos y amenazas; las promesas se diluyen en reproches y las iniciativas se abortan en plena gestación.

Alguien tendría que admitir que el sistema no funciona -o no lo saben hacer funcionar los responsables- porque entre venganzas, chantajes, dejación de funciones e intereses personales y partidistas, el barro nos está llegando al cuello.

 
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