Por la boca… Violencia versus supervivencia

Independentistas boicotean el acto de S'ha Acabat.
Independentistas boicotean el acto de S'ha Acabat.

…Y la noche del 29 de abril, saldrá el ministro del Interior a informar sobre los resultados electorales y nos soltará la cantinela esa de la fiesta de la democracia, de la normalidad más absoluta y de la ausencia de incidentes.

Mal van las cosas cuando uno de los méritos de los candidatos es tener la valentía de haber hecho frente a los energúmenos que boicoteaban -hasta con violencia física- los actos de campaña de determinados formaciones políticas.

Que alguien que se presenta a unas elecciones y quiere exponer sus propuestas o sus ideas tenga que defenderse, prácticamente sin apoyo de las fuerzas del orden, de quienes le insultan, le zarandean e intentan agredirle, dice muy poco de todos esos que afirman ser demócratas y pretenden hacernos creer que vivimos en una democracia con elecciones limpias y justas, cuando la campaña no lo es.

Quienes tienen como único objetivo, la desaparición de España, tal y como ahora la conocemos (alguna ministra dixit) y el mantenimiento o la resurrección de las dos españas, lo están consiguiendo. Nunca como ahora, y muy concretamente en esta campaña, la polarización de esas dos españas está siendo más patente.

Ya no se trata de una polarización ideológica entre izquierda y derecha que, aunque antigua, sería más o menos normal, ahora se trata de dos españas que, lejos de confrontar ideológicamente, se están enfrentando por un problema de supervivencia. No se pretende ganar al adversario político en las urnas, se trata de aniquilarle en la calle a base de insultos de algaradas, de descalificaciones y de agresiones.

Muchos se extrañan del silencio del Gobierno ante hechos graves y absolutamente reprochables e inadmisibles para cualquier mandatario con un mínimo de responsabilidad, pero esa extrañeza no deja de ser absurda cuando es el propio Gobierno el que está totalmente involucrado en esa batalla de supervivencia.

Se justifican agresiones, se dan respuestas tibias y no se condenan hechos que, en cualquier democracia sana, constituirían una seria preocupación para cualquier dirigente en el poder.

Y la noche del 29 de abril, saldrá el ministro del Interior a informar sobre los resultados electorales y nos largará la cantinela esa de la fiesta de la democracia, de la normalidad más absoluta y de la ausencia de incidentes.

Estamos ante una sociedad enferma que pasa por democrática y civilizada, en una Europa que, salvo asuntos como el de Cataluña, hasta puede tener problemas iguales o parecidos desde un punto de vista ideológico.

 

Desde cualquier ideología se puede defender, por ejemplo, un modelo u otro de enseñanza, un tipo distinto de economía, unos derechos sociales que pongan más énfasis en unas u otras vertientes y hasta una naturaleza diferente en la organización del estado. Problemas todos ellos que deberían ser resueltos desde el mayor consenso para lograr la supervivencia de una sociedad civilizada en la que sea posible la convivencia normal, en la que los diferentes puedan ser diferentes, los discrepantes discrepar y en la que cada uno exponga con libertad sus planteamientos.

Y en la que hubiera libertades hasta para tener la libertad de no estar de acuerdo con el que manda.

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