Cargarse al santo (la monarquía) por la peana (el rey emérito)

Pedro Sánchez y Juan Carlos I, en una imagen de archivo.
Pedro Sánchez y Juan Carlos I, en una imagen de archivo.

Resulta bochornoso que quienes siempre han predicado que los desmanes personales no tienen por qué afectar a las organizaciones y mucho menos a las ideologías, aprovechen cualquier presunto error de alguno de los miembros de la realeza para intentar derribar la Institución.

Los antimonárquicos -que apenas renuevan sus argumentos y sustentan sus pretensiones republicanas en razonamientos antiguos, apolillados y más que trillados- aprovechan cualquier situación, por dramática que sea, para arremeter no contra una persona en concreto a la que se la supone un obrar reprobable, sino para intentar cargarse toda una Institución y, lo que es más grave, el sistema político y las estructuras de organización que nos dimos todos los españoles.

Resulta bochornoso que quienes siempre han predicado que los desmanes personales no tienen por qué afectar a las organizaciones y mucho menos a las ideologías, aprovechen cualquier presunto error de alguno de los miembros de la realeza para intentar derribar la Institución.

Y no es menos vergonzoso que quienes, desde las redes sociales y a través de sus terminales mediáticas, censuran agriamente a quienes se permiten criticar la actuación de Sánchez, en aras de una pretendida unidad por la situación que estamos viviendo, se permitan atacar al Rey y a la Monarquía porque el Rey emérito tenga puestas en tela de juicio algunas de sus actuaciones.

La realidad es que quienes desde el gobierno y fuera de él, han hecho del cambio de régimen, de sistema y de situaciones ya consolidadas, su razón de ser y una de sus pocas e inamovibles propuestas a los españoles, se han lanzado en tromba, cacerolas en mano a -utilizando de peana de don Juan Carlos- acabar con Felipe VI y con la monarquía como régimen constitucional de España.

Pero ofrecen poco. Primero porque la historia de España en cuanto a repúblicas se refiere, proporciona pocos argumentos positivos. En segundo lugar, porque le realidad de las repúblicas comunistas que tanto defienden y por las que suspiran, tampoco son paraísos en los que pueda recrearse un gobierno aunque sea socialcomunista.

 
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