Censura a Sánchez: entre la cafinitrina y la ucronía

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, interviene durante un debate de la moción de censura, en el Congreso de los Diputados.
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, interviene durante un debate de la moción de censura, en el Congreso de los Diputados.

En cuanto a Sánchez su vacío conceptual y sus argumentos repetitivos, no merecen más respuesta parlamentaria que la de un cronometrador. Cuando en un discurso político de un supuesto líder, lo que más resalta además de las mentiras es la duración, es que las cosas no van bien.

Al final Tamames les salió respondón y, sin nada que perder, comenzó a poner los puntos sobre las íes, y aunque estaba “preocupado” por la salud cardiovascular de López (pero Pedro ¿tu sabes lo que es una nación?) tuvo tiempo, serenidad y hasta humor para poner en evidencia a Sánchez.

Si como dice Belarra no es difícil parecer progresista en presencia de la extrema derecha, tampoco tiene gran dificultad dejar a Sánchez con sus muchas vergüenzas al descubierto.

La moción de censura fue una especie de photomatón que retrató perfectamente a los “ganadores” y fue un espejo bochornoso de Sánchez, del suflé de Díaz y hasta de los gritos destemplados de López (pero Pedro ¿tu sabes lo que es una nación?)

Y en el turno de los comparsas -pero con voto decisivo para la permanencia de Sánchez en La Moncloa- el retrato se convertía en caricatura con las maneras y los contenidos de sus intervenciones, que mostraron el inframundo político que se mueve en el Congreso de los Diputados.

Desde el  cinismo “cobrante y percibidor” del PNV de Esteban, hasta la inanidad de los votados en Teruel o bajo la capa de Revilla o en el séquito de Puigdemont o por los proeatarras, todo  fue una triste morralla discursiva de mitin de las divisiones inferiores.

Solamente destacaron las encendidas verborreas de Balldoví (y los antebrazos al viento de Levante de su remangada camisa) también al borde del “accidente vascular” y de Rufián que, en una imitación más de sí mismo, estuvo ocurrente y simpaticón, cuidando las posturas aunque sin llegar, ni mucho menos, a la altura de Carlos Latre.

Como dijeron y defendieron muchos de ellos, están en su escaño, porque los han votado, con toda legitimidad incluso para decir memeces y si les siguen votando, volverán a estar, a hablar y a decir memeces. Por supuesto con todo el derecho y toda la legitimidad democrática.

Pero la realidad es tozuda y -con toda la legitimidad democrática en sus alforjas- lo cierto es que no van más allá de su propia escasez y apenas mejoran pese al tiempo que llevan de culiparlantes y, cada vez que levantan las posaderas, todo se les queda al aire entre la farsa y el teatrillo.

 

En cuanto a Sánchez su vacío conceptual y sus argumentos repetitivos, no merecen más respuesta parlamentaria que la de un cronometrador. Cuando en un discurso político de un supuesto líder, lo que más resalta además de las mentiras es la duración, es que las cosas no van bien.

Y tampoco, en un discurso tan dilatado en el tiempo, podía faltar la amenaza: “Desde la humildad y el compromiso, vamos a seguir avanzando”.

Dejando aparte sus carencias y sus mentiras, su “autoincensario” y su afán por la sonrisa, lo peor que le salió a Sánchez fue el discursito de Díaz. Quedó claro que con muy poquito, se puede demostrar que le falta mucho en oratoria, en dialéctica y en argumentos.

Porque el discursito largo y estrecho de Díaz, fue un buen mitin aunque pretenciosamente cultillo y supuestamente integrador, pero en realidad vacío de ideas, ayuno de novedades políticas, confuso y farragoso y hasta lacrimógeno –aunque sin “besiños”- al enumerar los logros de sus compañeros y compañeras de ejecutivo, todo ello con una envoltura impregnada de azúcares que, aun así, sirvió para eclipsar a Sánchez. Aunque escuchar a una comunista hablar de futuro, de democracia, de libertad de expresión, de respeto a las personas, de preocupación por las empresas y de ciudadanos de primera de segunda y hasta de tercera, da para muchas risas. 

Las fotos que todos se hicieron en el photomatón de la moción de censura, salieron muy propias y han dejado bien patente la realidad de quienes gobiernan y de los que sostienen al que gobierna.

Aunque solo sea por lo de la foto, llevaba razón Tamames: la moción de censura ni fue una pérdida de tiempo, ni fue ociosa.

Ahora lo que hace falta es que esas fotos no pierdan ni colores ni perfiles de aquí a las elecciones y que lleguen lo menos manipuladas posible a los votantes.

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