El ‘hecho cinegético’ deja a la mujer del César a las puertas del burdel

Claro que como la gala de los Oscars está al caer, aquí, siempre a la última, nos ha dado cinematográfica. Películas como ‘La caza’, ‘La escopeta nacional’, ‘Don erre que erre’ y hasta ‘El Padrino’ se están poniendo de actualidad. Incluso la plana mayor del Partido Popular rodea a Mariano Rajoy e interpreta a la perfección ‘Sonrisas y lágrimas’.

Eran de ver los ceños fruncidos de los populares mientras Rajoy se enfadaba muchísimo con Garzón y con Fernández Bermejo. Estaban enfadadísimos y dispuestos a todo. Era como si la derecha se hubiera echado al monte de las reprobaciones y las recusaciones.

El batacazo que, desde lo más alto del guindo, se han dado los populares ha sido grandioso. No se entiende muy bien que un partido de esa envergadura y con el potencial que tiene esté siempre con el paso cambiado. Pase lo que pase, con todos los jaleos pendientes y sea cual sea el resultado, el deterioro –como el mismo Rajoy ha reconocido- es irreversible.

Una vez más, el Partido Socialista ha ganado la partida casi antes de jugarla o sin siquiera jugarla. Simplemente las recusaciones que ha puesto en marcha el Partido Popular han vuelto a colocarle ante la opinión pública en una derecha intransigente e intolerante. Y, lo peor de todo, lo dicen en Génova, es que apenas hay capacidad de maniobra. Aún así, entre lágrimas, sonríen.

Y Rodríguez Zapatero, de hombre bueno y comprensivo. Lo están pasando mal, tienen problemas internos, todos los hemos tenido, y hay que entender que pierdan la serenidad. Incluso el presidente del Gobierno se permite, sin que nadie le replique, la falacia continua de aconsejar a Rajoy que arregle sus problemas internos antes de echarle en cara los problemas económicos. Que el jefe del Ejecutivo compare los conflictos internos de un partido, por graves que sean, con la situación económica y el fracaso rotundo en la gestión de un Gobierno es, cuando menos, un chiste de mal gusto. Pero es que Zapatero cuenta los chistes de mal gusto como nadie.

Como nadie o casi como nadie, porque oír contar al ministro de Justicia lo del ‘hecho cinegético’ mientras afirma que la gente va a las cacerías a cazar y sólo a cazar, produce risa de chiste malo. Después rectifica y nos cuenta que eso se hacía en el franquismo. Ahora la gente llega virgen a la cacería y vuelve más virgen todavía. Chiste malo.

Porque Rodríguez Zapatero invierte los papeles y llega al Congreso de los Diputados a dar cuenta de su gestión y reprocha a los grupos que no le apoyan, precisamente, que no le apoyen. ‘Hay que arrimar el hombro’. Sólo Duran y Lleida y Rosa Díez le pusieron en su sitio. ‘Usted es el que tiene que hacer y no la oposición’; ‘convoque elecciones’. Eso se llama estar en la realidad. Lo otro, fruncir el ceño y poner cara seria suena a hueco y sobre todo es ineficaz.

Pero cada político con su chiste o cada loco con su tema.

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Y a Ana Botella le sale la mujer enamorada y la madre amantísima que lleva dentro, precisamente en la reunión del Partido Popular, a la hora de defender nada más y nada menos que la historia del partido, toda la historia.

En Aragón se hizo la luz. No sólo por el nuevo libro de Labordeta, que será una auténtica delicia, sino porque Miguel Sebastian ha decidido que el primer puesto de bombillas sea en la tierra en la que la Virgen del Pilar no quiere ser francesa.

Tampoco la Citroën quiere ser española y los franceses nos van a montar otra guerra de las naranjas ahora en las fábricas Peugeot- Citroën. Pero eso de los franceses, siempre los franceses, es sólo el principio de lo de la deslocalización.

Y mientras, Bibiana Aído encantada. Y es lo que ella en su clarividencia dice: mientras cazan dossieres, recusan muflones, espían bombillas, dimite Judas y Felipe II va de boda a El Escorial, a mí me aprueban la Ley del aborto, y ya en pleno delirio de igualdad pueden abortar niñas de 16 años sin que sus padres lo sepan. Y es que esta mujer, puesta a defender los derechos de las mujeres, no se da tregua.

Todo es muy raro, pero ver, en plena campaña electoral vasca, las sonrisas de Ibarretxe Urkullu y Joseba Eguibar produce escalofríos.

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