Entre corruptos e impunes

Está muy de moda la información sobre el tiempo. Aparte de otras cosas, ahora, con estos fríos, los informantes hablan de grados y siempre añaden eso de la sensación térmica: estamos, pongamos por caso, a tres grados bajo cero, pero la sensación de frío es de diez.

Algo así ocurre con esto -también muy de moda- de la corrupción. En las encuestas, con las que nos desayunamos cada día, la corrupción ocupa los primeros puestos en las preocupaciones de los españoles, pero ese desasosiego es pura sensación, lo que de verdad preocupa a los ciudadanos es la impunidad.

El que más y el que menos cuenta con la corrupción -que haberla, hayla- de toda la vida y aquello de ‘que me pongan donde halla’ es bien conocido por todos. Con lo que no se cuenta, no se contaba y no debería contarse, es con la impunidad. El que se lo lleva puede ser un listillo, pero el que se lo lleva y además no ocurre nada, es como si se estuviera riendo del colectivo.

Por apresuramiento en las imputaciones, por falta de pruebas, por la lentitud de la justicia, por la pericia de los abogados o por mil razones, lo cierto es que en la opinión pública cunde la sensación de impunidad. Cuando se anuncian casi 1.400 personas imputadas por delitos de corrupción, la pregunta es inmediata: y en la cárcel ¿cuántos? Y las cifras no casan.

Largos procesos que agotan al más pintado que quiera seguirlos; sagas interminables de presuntos, de investigados y de imputados; cifras mareantes de euros y… ¿encarcelados?

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Preocupa no que alguien se lo hay llevado, lo que cabrea es que ese alguien lo reconozca y, acto seguido, afirme ‘estar a bien con hacienda y…‘p’alante’.

Si a lo anterior se añade eso de los agravios comparativos, la sensación de impunidad aumenta enormemente.

A lo mejor la corrupción es inevitable mientras haya golfos por el mundo, pero la impunidad es lo más sangrante y lo que más preocupa.

Ya lo decía mi abuela: unos mocos son sonados y otros son sorbidos. O sea de los ‘pantojos’ a los ‘pujoles’, hay un trecho.