El cristianismo, perseguido

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Aunque con características distintas a las de otras latitudes, también en Europa y, por supuesto en España, existe una persecución constante y grave al cristianismo que, según algunos, debería de estar relegado a las sacristías.

Los recientes acontecimientos en Sri Lanka, han conmocionado a la sociedad por lo que suponen de tragedias personales e incluso por lo que indican de desprecio a las libertades fundamentales de cualquier individuo.

Que unos ciudadanos pierdan la vida en una iglesia, sea de la confesión que sea, por el mero hecho de expresar públicamente sus convicciones religiosas, es uno de los acontecimientos más abominables que pueden darse en una sociedad que se llama moderna y democrática.

Pero ocurre que no es necesario fijar la mirada en países y regiones en los que la mezcla de creencias puede llevar, en la práctica, a tales tragedias que, por otra parte, corroboran las estadísticas que indican que el cristianismo es la religión más perseguida en el mundo.

Aunque con características distintas a las de otras latitudes, también en Europa y, por supuesto en España, existe una persecución constante y grave al cristianismo que, según algunos, debería de estar relegado a las sacristías.

En la Europa de inequívocas raíces cristianas, es una realidad la existencia de una descristianización creciente de la sociedad, que se refleja en las costumbres, en la vida corriente de las ciudades y hasta en la legislación de los distintos países.

En España, desde leyes concretas que atacan creencias y principios, hasta el punto de dar lugar en no pocos casos a la objeción de conciencia, pasando por los ataques a la enseñanza religiosa y de la religión, a las expresiones populares de fe, pasando por la profanación de recintos sagrados y ataques directos a la Iglesia Católica y, además, con no poca frecuencia, se refleja esa persecución, más o menos solapada, en algunos medios que se muestran proclives a limitar la libertad de los individuos en materia religiosa.

Por todo ello sería conveniente que, aprovechando tragedias como la vivida en Sri Lanka, nuestra nación reflexione sobre el ambiente anticristiano que, como caldo de cultivo, se vive en su seno y que, en principio, no conduce a nada positivo por mucho que algunos quieran confundirlo con un hipotético progreso y con una pretendida modernidad.

Ni es progreso ni supone modernidad. Es, pura y llanamente, un ataque a la libertad.

 
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