La dimisión de Duran i Lleida

Uno de los peores enemigos de los políticos son las hemerotecas. Ellos hablan y hablan y los periodistas publicamos y publicamos y ahí quedan las declaraciones para la posteridad. La posteridad es terca y siempre acaba apareciéndosele al político lenguaraz.

Y una –también de las peores- consecuencia de esa locuacidad es lo maltrecha que, casi siempre, queda la palabra del político.

Esto es lo que le ha ocurrido a Duran i Lleida. Dio su palabra y ahora parece que no le viene bien cumplirla. Han pasado muchos años, pero el político catalán -siempre a caballo y en la ambigüedad entre Madrid y Barcelona- se resiste a presentar la tan cacareada dimisión.

Ante esa resistencia, la llamada clase política se le ha tirado al cuello y los clamores para que dimita están llegando a un punto que puede hacerse insoportable por muy ambiguo que se sea.

Pero una vez más los políticos, todos los políticos, nos quieren hurtar la realidad y pretenden obligarnos a mirar en la dirección equivocada.

Duran i Lleida y los responsables de Unió Democrática de Catalunya no tienen que dimitir porque hace unos años empeñaran su palabra de hacerlo si, en el llamado 'caso Pallerols', la justicia dictaminaba que había habido delito. Esos políticos o esos gestores tienen que dimitir precisamente porque en su gestión la justicia ha encontrado una actuación delictiva.

Otra cosa será la calificación y la tipificación del delito y, por supuesto, la sentencia, pero la realidad es que la palabra de los políticos al ciudadano le sirve de poco, se cumpla o no. Lo que de verdad importa a los contribuyentes es la excesiva corrupción que cada día se descubre en el mundo de la cosa pública.

La causa de la dimisión no está en la palabra de un señor sino en su conducta.

 
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