La divina comedia

Dejad aquí toda esperanza... más o menos es lo que dice Dante. No es que los españoles tengamos que dejar de lado toda esperanza de una regeneración política, pero sí nos hemos de olvidar de cualquier paso medianamente coherente del Presidente Rodríguez Zapatero.

El Presidente del Gobierno de España perdió el pasado sábado, en su comparecencia de las seis de la tarde tras el brutal atentado de la ETA en Barajas, la que quizás sea la última oportunidad de su vida política.

Tras empecinarse, mes tras mes, en un proceso de paz imposible y fantasmagórico, es muy difícil para un político, en pleno ejercicio del poder, decir me he equivocado, doy marcha atrás. Pero el pasado sábado, con el coche-bomba de la Terminal 4, los terroristas se lo habían puesto en bandeja: lo he intentado todo, estábamos en el buen camino pero ha sido imposible, se acabó. Y Zapatero hubiera quedado más que bien ante la opinión pública.

En vez de eso, se aferra a sus postulados y -con Rubalcaba por delante- acuña el razonamiento falaz y absurdo de la interrupción “hasta que se den las circunstancias exigidas por el Parlamento”. Vuelta a empezar. Ahora nos espera el rosario de declaraciones para constatar si ETA tiene, o no tiene, voluntad de paz. Asistiremos al festival del sí, pero. Oiremos la cantinela de la Vicepresidenta cada viernes con aquello del máximo respeto a la Ley. Y se sucederán las manifestaciones. Pero nada de ello hará mover un músculo al Presidente del Gobierno, pura y simplemente, porque ha perdido su gran oportunidad.

Y las cosas no van a ir a mejor. La ETA ha constatado su fuerza. Ha rebasado una línea que parecía infranqueable y no ha ocurrido nada. No ha habido respuesta y los terroristas han podido darse cuenta, de forma inequívoca, de que el Gobierno es débil y tiene pocas salidas en cualquier dirección.

No es fácil adivinar los planes de Zapatero -suponiendo que los tenga-. Uno de sus objetivos podría ser llegar a las elecciones autonómicas y municipales con el diálogo suspendido, lo que podría parecer un golpe de fuerza del Gobierno ante el atentado, pero –si así fuera- las cosas no le han salido bien. Y eso lo van a notar los candidatos socialistas en toda España. Pocos españoles van a acudir a las urnas pensando que tenemos un Gobierno de autoridad frente al terrorismo.

Si antes cabía –al menos para algunos- dudar, ahora la certeza es evidente.

Tampoco va a poder estirar Zapatero “el chicle del logro de la paz” hasta las generales. Y los primeros que se lo van a impedir van a ser los propios terroristas que no van a aflojar las manos del cuello de la presa, ahora que la tienen bien cogida. Y, en estas condiciones, sus pretensiones de autodeterminación, de anexionarse Navarra o de cambios sustanciales en la política penitenciaria, se antojan imposibles para cualquier gobernante, aunque sea Zapatero.

En política hay que saber rectificar. También hay que saber administrar los tiempos y la oportunidad de esa rectificación.

 

Pero cuando a un político la gran oportunidad de variar el rumbo le viene dada desde fuera y no sabe aprovecharla, el recorrido se la ha acabado.

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