Se equivoca Karanka

Aitor Karanka -segundo entrenador del Real Madrid y habitual sustituto de José Mourinho cuando el entrenador está cabreado, que es casi siempre-, preguntado por la marcha de Guardiola del Club de Fútbol Barcelona, declaraba que la Liga y el fútbol ya existían antes de Guardiola y seguirán existiendo después de Guardiola.

Inmediatamente los hagiógrafos –los hay en cantidad- del técnico azulgrana se han echado encima del vasco por no unirse al coro –a todas luces excesivo- de los ditirambos al entrenador más galardonado y con más títulos de los tres últimos años.

Ahora que todo ha acabado y que Real Madrid es campeón de Liga, sin dar pábulo a rencores ni susceptibilidades, es el momento de desenmascarar a Guardiola. Desenmascararle en el sentido más estricto de la palabra. Es decir, quitarle la máscara. La máscara de las palabras suaves, la máscara de las declaraciones conciliadoras, la máscara de la humildad, la máscara del ‘buenismo’ con las que nos ha atosigado durante tres años.

Las ruedas de prensa homiléticas de Guardiola, que harían enrojecer al propio San Juan Crisóstomo, son pura fachada, porque cualquier aficionado al fútbol sabe lo que se dice y para qué se dice en cualquier vestuario. Una fachada que le ha servido para forjarse una imagen y a la que ha contribuido, no poco, por contraste, la destemplanza habitual de Mourinho.

Pero el que el entrenador del Real Madrid sea un ‘borde’ y se acerque, en muchos casos, a la mala educación o que Javier Clemente pierda los estribos en las ruedas de prensa no es excusa para que aguantemos y ensalcemos las peroratas del santo de La Masía, lugar en el que según Guardiola se enseñan a los chavales de la cantera los valores que después, los profesionales del primer equipo, exhiben por esos campos de Dios.

Valores que, al igual que en La Masía, se enseñan en Mareo, en Paterna, en Lezama, en Valdebebas o en el Cerro del Espino y, por supuesto, en todas las canteras de todos los equipos españoles. Pretender que La Masía es el santuario de los valores es ‘demasié’, sobre todo cuando uno ve cómo los jugadores barcelonistas acosan a los árbitros, cómo el propio Guardiola lo hace con los colegiados de la banda (banda en el sentido de línea, que nadie piense mal), cuando ve a Alves -el futbolista más taimado y solapado de la primera división española-, las entradas de Piqué o los desplantes del propio Messi.

Es decir, que en todas partes cuecen habas porque estamos en primera división. Y todos, incluidos los jugadores salidos de La Masía, pierden tiempo, protestan, hacen faltas cuando no les ven, simulan caídas inexistentes, etc. A todos los equipos les han pitado en contra y a favor y todos han perdido y han ganado partidos de forma injusta.

Guardiola no se ha quitado la máscara ni para despedirse. Está agobiado, está cansado. ¿De qué? ¿De ser un gran entrenador que en tres años ha ganado trece títulos? ¿De ser considerado el mejor del mundo? ¿De haber creado un equipo de leyenda?

Y como colofón felicita al Campeón de Liga pero ‘dejando la pierna’ de ‘en esta Liga han pasado cosas’.

 

Es de esperar que su retorno, para bien del fútbol porque es uno de los grandes, lo haga ya sin la máscara.

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