Eutanasia: votar en conciencia

La exministra de Sanidad, Consumo y Bienestar Social María Luisa Carcedo interviene durante una sesión plenaria en el Congreso de los Diputados, en Madrid
La exministra de Sanidad, Consumo y Bienestar Social María Luisa Carcedo interviene durante una sesión plenaria en el Congreso de los Diputados, en Madrid

Dada la gravedad de una ley como la de la eutanasia, extraña que en un sentido o en otro, en el grupo de diputados del sí o en el de los que votaron en contra, no haya surgido una voz discrepante.

Podría pensarse que alguno de los 198 diputados que aprobaron la eutanasia, de los 138 que no la aprobaron e incluso los dos que se abstuvieron, tendría algún punto de divergencia con las órdenes emanadas de su formación política. Hay leyes que por su propia naturaleza son propicias a que entren en juego, a la hora del voto individual,  consideraciones de orden moral o ético.

No solamente no ha sido así sino que las votaciones gozaron de una disciplina de partido que, si en otro tipo de decisiones pueden depender de intereses políticos, de proyectos de gobierno y hasta de planteamientos ideológicos de uno u otro signo, en leyes que atañen muy directamente a las creencias –no necesariamente religiosas- de cada uno, sería normal que hubieran aflorado los pilares básicos que se supone son patrimonio personal de cada uno.

Dada la gravedad de una ley como la de la eutanasia, extraña que en un sentido o en otro, en el grupo de diputados del sí o en el de los que votaron en contra, no haya surgido una voz discrepante. No hubiera estado de más que, si no todas, alguna de las formaciones que se sientan en el Congreso, hubiera dado libertad de voto a sus diputados; pero ni tan siquiera consta a la opinión pública que ninguno de ellos haya planteado esa alternativa. Pero con todo, lo que más extraña son las justificaciones del voto afirmativo, por cuanto reflejan la inanidad de los razonamientos, la falta de reflexión seria y, sobre todo, un mínimo de categoría intelectual en quienes pretendían vindicar su voto afirmativo.

Desde Marisa Carcedo que decía que “es un derecho que nos hace libres”, hasta el representante del PNV afirmando que: “”Tenemos la obligación de legislar más allá de los convencimientos éticos de cada uno”, pasando por Vallugueras de la Esquerra que aseveraba: “Es falso que sea una ley de muerte, es una ley de vida” o Bildu que hablaba de “exigencia social”, hasta llegar a Arrimadas que concluía que “no se trata de imponer creencias sino de respetar las del otro” o el mismísimo Errejón que filosofaba: “Ganan quienes realmente necesitan esta libertad para decidir más dignamente”, mientras Medel, de Podemos, sentenciaba que “no pueden admitir que los pobres tengan un derecho que no podían pagar”, son frases, todas ellas, que hablan por sí mismas de la indigencia dialéctica de los defensores de la eutanasia, incapaces, al parecer, de aportar un  solo argumento medianamente elaborado y sensato.

Se trata de una ley que exigía razonamientos profundos y argumentos sólidos desde la vertiente médica, antropológica, psicológica, moral y ética. En vez de eso ha habido alegatos mediocres, frases superficiales y demagógicas y ausencia de colaboración con los sectores más implicados.

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