Las facturas de Sánchez: ligeras molestias

Pedro Sánchez en la sesión de investidura
Sesión de investidura - Pedro Sánchez durante su intervención

Una vez superados los primeros rubores, a Sánchez todo le da igual y va pagando las facturas de la investidura con absoluta naturalidad no exenta de una gran desfachatez.

Los pronósticos se han cumplido y, poco a poco, van saliendo a la luz los costes de la investidura de Sánchez y los acreedores pasan las facturas al cobro. Algunas, como las derivadas del acuerdo con los comunistas de Podemos, eran más o menos conocidas y se van cobrando sin sorpresas en el campo de los ministerios de relleno, de los ataques a la Iglesia, de la enseñanza, de la ideología de género y hasta en los sillones de la Real Academia.

Otras, como los pagos a PNV y Bildu, se sufragan con acuerdos con el gobierno navarro de Chivite y con las exigencias económicas de los Ortúzar y Esteban o con el trile de los presos; pagarés que irán venciendo poco a poco pero también sin sobresaltos.

Lo de la Esquerra ya va tomando otro cariz y se está llegando al indulto por la vía trasera del Código Penal y de la canonización política del réprobo Torra, lo cual puede ser más costoso.

Una vez superados los primeros rubores, a Sánchez todo le da igual y va pagando las facturas de la investidura con absoluta naturalidad no exenta de una gran desfachatez. Ni siquiera se ha puesto una vez demasiado colorado y hasta se va a Davos a vender la manta agujereada del déficit público y de la política fiscal, a los magnates de la economía mundial a los  que nunca se sabe, vaya usted a saber por qué, si se les engaña o se dejan engañar.

Para Sánchez, el tener que votar en contra de que Europa investigue los cuatrocientos crímenes de la ETA que están en el limbo, para que Bildu no sufra incomodidades, es una ligera molestia que pasa rápidamente.

Para Sánchez tragar los dicharachos de los comunistas que se sientan en el Consejo de Ministros y que enervan hasta a algún socialista que se sienta a su vera en La Moncloa, es una ligera molestia que se lleva bien y hasta con alegría, por aquello de que el que paga descansa.

Para Sánchez ir a mentir a Davos y engañar ¿o no? a los mandamases del dinero ni siquiera es molestia, es una especie de turismo de la mentira.

Para Sánchez urdir la trama de los cambios en el las leyes penales para que Junqueras salga a tomar el aire de las elecciones catalanas, ni siquiera es una molestia, es una exigencia del diálogo democrático.

 

Para Sánchez el ningunear a Guaidó -para que sus ministros comunistas y los amigos de sus ministros comunistas (léase Monedero) sigan pudiendo hacer turismo financiero en Venezuela- es una cuestión de tragaderas, pero tampoco le supone una amigdalitis.

Quizás el único mal rato de Sánchez sea cuando escucha las explicaciones que al pago de sus facturas, dan Ábalos y Calvo.

Mal rato por lo difícil que le debe ser aguantar la risa. Pero poco más.

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