Feliz solsticio de invierno

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El “jalogüín”, la apertura de las piscinas, el síndrome postvacacional, las rebajas del “cortinglés” (que diría el maestro Burgos), el aniversario de Lady Di o el día en el que la famosa de turno se operó la nariz, preocupan más a los españoles que eso del solsticio de invierno con el que quisieron disolver por decreto la Navidad y toda su carga de fe y de significado religioso.

Es extraño que este gobierno de Sánchez tan socialcomunista, tan progresista, tan republicano,  tan feminista, tan “digitalista” y tan dado a meterse en la vida de todo el mundo, no haya establecido las normas pertinentes relativas a los viajes, las reuniones, las comidas y cenas familiares y los saraos varios, para la celebración del solsticio de invierno y solamente haya intervenido en lo que a la Navidad se refiere que -como diría Iglesias- solamente celebra una minoría de ciudadanos y que no deja de ser una fiesta entre religión y superstición, carca, fascista, retrógrada y hasta con tufillo a Franco y por supuesto a monarquía.

Pues va a ser que no.

A lo mejor es que eso del solsticio no deja de ser un planteamiento astronómico, sin más sustancia que una cierta antigüedad, basada en ritos y supersticiones de pueblos poco dados al pensamiento y a la reflexión y que en España -por mucho que lo digan los echeniques, los iglesias, los errejones o los monederos- tiene menos arraigo, significado e interés que lo del triángulo de las Bermudas.

Vamos, que el “jalogüín”, la apertura de las piscinas, el síndrome postvacacional o las rebajas del “cortinglés” (que diría el maestro Burgos), el aniversario de Lady Di o el día en el que la famosa de turno se operó la nariz, preocupan más a los españoles que eso del solsticio de invierno con el que quisieron disolver por decreto la Navidad y toda su carga de fe y de significado religioso.

Estos progresistas de salón que dicen que gobiernan, querían sustituir la Navidad -y todo lo que supone para el acervo religioso de España- por una serie de ritos antiguos con los que tribus primitivas -a falta de algo mejor que llevarse a la boca para la cosa del jolgorio-  se dedicaban a adorar al sol y a divinizar sus “movimientos”.

Hay que sentirlo por los de “estas fiestas” y por los de “felices fiestas”.

Por mucho que se empeñen, el 25 de diciembre se celebra el acontecimiento más trascendental de la vida de la humanidad: la entrada de Dios en la historia de los hombres. Y que, además, llegó para quedarse.

Nada más y nada menos.

 
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