El fiasco de la nueva política

Después de tanta campaña, de tantos debates, de tantos mítines y de tantas declaraciones, más o menos altisonantes, la nueva política -por la que han clamado los llamados partidos emergentes- se ha quedado en algo raquítico, antiguo e inoperante, cuando no esperpéntico.

El espectáculo que vivimos los españoles en la apertura de la legislatura fue de los más penosos que ha vivido este país en mucho tiempo.

Un espectáculo de mochilas al hombro, de pelambreras faltas de champú, de exhibiciones maternales dignas de un circo, de puños en alto que recordaban a un siglo atrás, de promesas retóricas, cursis, vacías y sacadas de los soviets más rancios y trasnochados, de juegos de la silla para coger el sitio apetecido en el hemiciclo, de sentadas en sillines de bicicletas y charangas de pueblo en fiestas.

Mientras unos se apeaban de las bicicletas, otros se cargaban la mochila al hombro y los de más allá hacían cucamonas a un bebé que resultó ser de lo más noble que por allí pululaba, sonaba la banda y hasta hubo quien hubiera deseado arrancarse a bailar.

Pero, esperpentos aparte, lo que más preocupa es que todo eso sirva en España para cosechar votos y que sean los mismos políticos los que echan por tierra el mínimo de dignidad que se supone en alguien que ha pedido a los españoles que le voten para ser su representante y para llevar a cabo políticas medianamente coherentes. Triste país el que con su votos respalda ‘sentadas y escraches’ en el lugar dónde reside la soberanía nacional. Triste país en el que la modernidad y la nueva política se reflejan en una corbata o en una mochila.

No estaría de más que quienes tienen la obligación de hacerlo, mostraran a los ciudadanos la gravedad de las escenas que se vivieron en el Congreso de los Diputados. Son muchos los problemas que tiene España y que tenemos los españoles como para que los llamados a gobernarnos, monten un circo trasnochado, rancio, carca y deleznable. Así las cosas, extraña que Rajoy se extrañe; que Iglesias pregunte por Ángela Merkel y nadie le pregunte por Maduro; que Sánchez se refugie en el país de ‘nunca jamás’ o que Rivera quiera seguir en la procesión y pretenda repicar.

Eran más dignos la cabalgata de Carmena, los mítines del hoy defenestrado Monedero (ni siquiera le dejaron hacer ‘ajos’ al bebé), la media sonrisa de Mas, las comparecencias de Tania, las promesas de Puigdemont y hasta los discursos de Rodríguez Zapatero.

Y entre tanto, los pretendidos líderes, a sus pactos, sus peleas, sus desaires sus amenazas y hasta sus insultos. Como siempre a lo suyo.

El problema es que lo suyo, cada vez es menos lo nuestro.

 
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