El fútbol se muere… en el césped

La Liga - Levante v Sevilla

Gracias a la labor de jugadores, entrenadores, directivos  y árbitros (con o sin tecnología) asistimos a un deporte tedioso que consiste, al decir y al hacer de todos ellos, en la posesión del balón, en crear ocasiones y en observar al milímetro el dedo de un pie por si hay o no hay fuera de juego.

Parece que todos quieren matar el fútbol. Unos desde una superliga, otros desde las federaciones nacionales o continentales y los de más allá desde la quiebra de los clubes. Todos llevarán razón o no llevará razón ninguno, pero donde realmente se está muriendo el fútbol es en el césped a manos y piernas de jugadores, de árbitros y de entrenadores el fútbol. Toda la vida, desde que se inventó, el fútbol es un juego que consiste en meter más goles que el contrario.

Ahora -gracias a la labor incansable de jugadores, entrenadores, directivos y árbitros (con o sin tecnología) y hasta de algunos comentaristas- asistimos a un deporte tedioso que consiste, al decir y al hacer de todos ellos, en tener el balón, en crear ocasiones y en observar al milímetro el dedo de un pie  por si hay o no hay fuera de juego. Se habla de jugadas prometedoras, de empujones insuficientes y hasta de agresiones sin mala intención.

Y soportamos a deportistas jóvenes, con retribuciones más que millonarias, dedicados en cuerpo y alma a cuidar sus isquiotibiales y sus aductores, metidos en saunas, en gimnasios más que sofisticados y con una alimentación milimetrada, que se agotan y sufren cansancio muscular por jugar noventa minutos miércoles y domingos y que dan cada jornada el lamentable espectáculo de revolcarse por el suelo entre espeluznantes alaridos de dolor tras un contacto con el pie de un contrario, o caen al suelo con ahogos gravísimos, con los ojos desorbitados por la falta de oxígeno, con las manos crispadas en el cuello al notar el roce del codo del contrincante. Y tras la escena casi macabra que parece augurar un fallecimiento inmediato, el protagonista, a los pocos segundos, corre como un poseso en pos del balón.

Y los árbitros… Nos dijeron que el V.A.R era la implantación de la tecnología para analizar las jugadas dudosas. Es mentira, el V.A.R es la tecnología al servicio de la opinión de los árbitros que siguen tomando decisiones equivocadas y hasta fraudulentas, porque, en ausencia de otras sospechas y de oscuros pensamientos, siguen siendo francamente malos y continúan equivocándose estrepitosamente, por más que hasta puede que hagan cursos de cinesiología y de biomecánica deportiva, para analizar los movimientos del cuerpo humano en una presunta falta en el área.

Vídeo del día

Abascal: “Hemos asistido a un bochorno internacional de consecuencias incalculables”

 

A todo lo anterior hay que añadir lo ridículo de las celebraciones, con besos, bailes exóticos, abrazos interminables y las dedicatorias a las cámaras de televisión, con más besos, con frenéticos lametazos al escudo de la camiseta, chupetones a pulseras y anillos y promesas de llamadas telefónicas, se supone que posteriores al partido, mientras con los dedos enlazados se dibujan amorosos corazones.

Un carnaval que, ahora sin público, se sustancia en las retransmisiones, trufadas de estadísticas que no significan nada y en las que se enfatizan las cifras de ocasiones de gol y de los porcentajes de posesión, mientras es problemático enterarse del resultado si no es tras una hora de atención a los relatos.

Un fútbol, en el que se nos dice que participan los mejores jugadores de la historia como si sus actuaciones -con sujetos tan alejados en el tiempo, con tácticas tan diversas y hasta con reglamentos tan dispares- al pasar de los años, fueran homologables.

Por supuesto que el fútbol es un negocio. Un negocio en el que participan demasiados y que esos demasiados están matando en el césped.

El fútbol, aún sin la superliga europea, se ha convertido en la gran burbuja de un gigantesco sifón, adornado con camisetas esperpénticas.

La carcajada en campaña: Dice Iceta hablando de Gabilondo: “A mí me van los filósofos: Yo no lo veo tan soso”