Las gracietas mitineras de Sánchez en torno a la llegada del Apocalipsis

Sánchez con lo de los chistes ha ido a transitar uno de los muchos caminos en  los que la naturaleza no se ha mostrado generosa con él. Es alto y guapo y jacarandoso de andares (y si no que lo diga Tezanos) pero  muy soso, muy malaje y muy poco dotado para la “chistosidad”. 

Sánchez está de lo más risueño cada día que pasa y se acercan las elecciones. Se ríe por todo y todo le hace gracia; desde lo que le dice la oposición dejando expuestas sus vergüenzas políticas -porque al aire las tiene de continuo- hasta de lo que dice Feijóo o de las mentiras de la economía que, con tanto gracejo, le susurra al oído Calviño en plena sesión parlamentaria.

Los que rodean, pelotillean, adulan, corean, jalean y festejan a Sánchez, además de por el sueldo que perciben, deben de estar encantados por lo divertido que es el  jefe que les paga con el dinero de todos los españoles.

Pero Sánchez, en su limitado sentido del humor y en su escasa donosura, enseña un flanco débil; cuando Sánchez hace chistes y se ríe en los mítines, deja demasiado al descubierto su tono desaborido e insulso, su falta de gracia y su nula capacidad para hacer reír a los asistentes por mucho bocadillo que les haya repartido Bolaños, ejerciendo las funciones propias de su cargo en La Moncloa.

Sánchez, cuyo repertorio de chistes dista mucho de los mínimos soportables, se repite demasiado y ya se sabe que cuando el final del chascarrillo se conoce de antemano, pierde mucha eficacia. Y Sánchez se repite acudiendo, pío él y versado en el Nuevo Testamento, al Apocalipsis de San Juan.

Como seguramente Sánchez ignora, Apocalypsis, en griego, significa revelación y con el chiste ese, de mitin de fin de semana, de que “no ha llegado el Apocalipsis que auguraban la derecha y la extrema derecha”, Sánchez se revela como un chistoso insoportable, por más que se desternille con sus propia jocosidad y el auditorio se ría cuando Bolaños -una vez más, en el ejercicio de las funciones propias de su cargo en La Moncloa-  saca el cartel en el que dice eso tan televisivo de  “risas”, y los extras, van y se ríen.

Lo cierto es que Sánchez con lo de los chistes ha ido a transitar uno de los muchos caminos en  los que la naturaleza no se ha mostrado generosa con él. Es alto y guapo y jacarandoso de andares (y si no que lo diga Tezanos) pero  muy soso, muy malaje y muy poco dotado para la “chistosidad”. 

O sea que ni hace gracia y ni siquiera tiene gracia para mentir y cuando riéndose dice lo del Apocalipsis y da las cifras de la situación económica que le pasa también riendo Calviño, las familias, una de cada tres que no llega a fin de mes,  dicen aquello de maldita la gracia.

Y si van a la RAE a mirar la definición de malaje y se encuentran con desagradable, que tiene mala sombra y es malintencionado o la lista de sinónimos como poco simpático, escasamente alegre, esquinado… seguro que a esas familias se les ocurren un montón más de epítetos y no precisamente chistosos.

 

La carcajada: Dice Sánchez pocas horas antes de su conversación telefónica de alto nivel con el rey de Marruecos: “Nunca ha tenido España una influencia tan grande en Europa como la de ahora”

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