La herencia se acabó

Una vez más los italianos nos han dado el rato y nos han mandado a casa. Se habla de culpables, de fin de ciclo, de los jugadores que no estuvieron y deberían haber estado y de los que no deberían de haber estado y estuvieron.

Nadie es culpable de las decadencias naturales. El legado futbolístico que dejaron el genio de Luís Aragonés y Pep Guardiola con su irrepetible Barcelona, se ha acabado como se acaban todas las herencias que no se negocian y que no se hacen fructificar.

Es una herencia que no se ha dilapidado, una herencia que se ha aprovechado más que bien, ganando los máximos galardones del fútbol mundial, pero que no se ha incrementado lo más mínimo, en la que los herederos se han limitado a dejar todo igual, a mantener el buen ambiente, a evitar una voz más alta que otra y a vivir plácidamente de las rentas y el capital heredado y, lógicamente, el capital, sin negociar, se ha ido acabando poco a poco.

Se vivió magníficamente, hasta se ganó un Mundial, aprovechando el fútbol que Guardiola inventó para el Barcelona y del espíritu de equipo ganador que creó Luís Aragonés. Se vivió de eso y todo se aprovechó más que bien pero de ahí no se ha pasado.

Es lamentable que en la mejor época del fútbol español y en plena racha de triunfos, se haya sido incapaz de ir haciendo ‘otro’ equipo, con ‘otros jugadores y hasta con ‘otro’ estilo.

Ahora, una vez más, deprisa y corriendo y con las eliminatorias del Mundial encima, habrá que hacer lo que no se ha hecho con la tranquilidad y la calma que da una buena herencia.

 
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