Un molino sin ruedas

Pedro Sánchez (Foto: Pool Moncloa/Fernando Calvo).
Pedro Sánchez (Foto: Pool Moncloa/Fernando Calvo).

Como el honor de la palabra de Sánchez nunca ha existido, es ocioso detenerse en recordar sus dichos antiguos y ahora, en concreto, en el asunto de los indultos. Ni antes, ni ahora, ni en el futuro, lo que diga tiene la menor credibilidad.

El molino en el que Sánchez muele a los españoles, se ha quedado sin ruedas a base de que este individuo haga comulgar con ellas a sus compatriotas.

Como los acontecimientos que desde La Moncloa se colocan cada día en eso que se ha llamado la “agenda setting” se suceden a velocidad de vértigo, la pausa para el análisis es más bien raquítica y nadie diría que ni siquiera ha pasado un mes desde el revolcón que Ayuso dio a Sánchez en Madrid; ni que aún se escuchan los ruidos de la “invasión” de Ceuta; ni tampoco que un profesor de la Camilo José Cela advirtió por dos veces - a rectores sucesivos- de más de 300 errores en la malhadada tesis de Sánchez; o que aún resuenan en Galapagar los ruidos del roce del puño de Iglesias en alto.

Ahora toca indultos y -tras el dictamen devastador del Supremo- pocos recuerdan eso de la venganza y la revancha o lo de la naturalidad y menos aún, buscan el lugar por dónde les puede caber el indulto que han de meterse, Junqueras “dixit”. Todo muy rápido y como si alguien quisiera tapar unas cosas con otras.

Pero Sánchez sigue en sus trece, en este caso en indultar a sus doce -o los que hagan falta- suyos más que de nadie porque de ellos depende su sueldo y su colchón en La Moncloa.

El dilema de Sánchez está a caballo entre lo jurídico y lo propagandístico.

Por un lado tiene que hacer una buena faena jurídica que, después de la de Marchena se ha puesto casi imposible y además tampoco parece que entre sus corifeos haya grandes juristas -incluidos los jueces trufados de ministros- que a juzgar por lo que dicen, lo que hacen y lo que hacen decir y hacer al jefe, no saben muy bien por dónde les da el aire del articulado legal.

Por otra parte, y en el campo de la propaganda, además de la pérdida de la credibilidad, el hastío entre el personal es patente y pocos mensajes mentirosos van a calar en la población.

Como el honor de la palabra de Sánchez nunca ha existido, es ocioso detenerse en recordar sus dichos antiguos y ahora, en concreto, en el asunto de los indultos. Ni antes, ni ahora, ni en el futuro, lo que diga tiene la menor credibilidad.

 

Si Sánchez sale al ruedo y brinda al sol los indultos, por mucho que el brindis se alargue, le pueden echar los perdones al corral o puede acabar en la enfermería con el cornalón del final de la legislatura en la femoral de su carrera política.

Si concede el indulto, con independencia de las consecuencias jurídicas y políticas que pueda tener, será uno de los actos más vergonzosos y deleznables que se hayan llevado a cabo desde hace muchos lustros en España y Sánchez será el responsable y, en ese momento, ni siquiera los separatistas le van a echar una mano.

Si va a indultar, lo mejor que podría hacer sería ahorrar a los españoles la carnavalada de las justificaciones. Es una prerrogativa del Gobierno, la ejerce y punto.

Porque para carnavalada ya tenemos bastante con las inclinaciones y reverencias de Iceta en San Jaime, ante el flamante presidente de la Generalidad.

Porque (parafraseando aquello que dicen que dijo Unamuno sobre el ajedrez) para ceremonia fue poco, y para carnavalada mucho.

La carcajada. Dice Montero, la portavoz, a propósito de la estancia en España del líder del Polisario: “No entró con una identidad falsa, sino con una identidad distinta”

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