No pasarán

Lo peor de un grito político o de una consigna de partido es cuando hay que explicar su significado. Y es lo peor porque es la más clara demostración de que el grito o la consigna son pasto del tiempo y están en la historia.

El grito y la consigna que hay que explicar son estériles por antiguos, inoportunos por evocadores y ridículos por definición. Pretender a estas alturas de nuestra historia rehacer acontecimientos, revivir horrores y remover aguas fecales es, cuando menos, inapropiado.

Pero cuando todo eso se hace en aras de un pretendido progresismo, apoyado en, por ejemplo, jóvenes universitarios y recintos que por su propia trascendencia deberían estar al margen de banderías, es un verdadero desafuero que a nada conduce como no sea a la confrontación dialéctica de la que ya estamos sufriendo los primeros atisbos.

No es fácil manejar la moviola política y mucho menos cuando ha habido por medio una contienda civil. Es indecente utilizar mentes jóvenes que deberían ser abiertas y por abiertas mirar al futuro. Y lo que es peor, se juega con sentimientos que si nunca van a desaparecer deberían quedar en lo más recóndito de las conciencias y de los recuerdos personales que cada uno debe de manejar a su antojo y como le venga en gana.

Para unos es demasiado fuerte la tentación de agarrarse al clavo ardiendo, tenga el nombre propio que tenga, para intentar rehacer sus frustraciones y convertirlas en banderas limpias de polvo y paja. Para los otros también es irresistible la sensación de que se hacen las cosas de una determinada manera cuando las urnas empiezan a enturbiarse y cuando los problemas se quieren esconder tras telones de humo de hace demasiados años.

Hay muchas cosas que barrer en nuestros tribunales, en nuestra economía, en nuestras autonomías y en los múltiples casos de corrupción política como para que nos dediquemos a rehacer historias, porque la Historia, con mayúscula, se analiza, se estudia, se investiga y se usa como lección magistral para las futuras generaciones, pero nunca se reescribe.

Y, sobre todo, no se juega con el peligro de repetirla.

 
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