Por la boca…las toallas de Sánchez

Pedro Sánchez
Pedro Sánchez

Pedro Sánchez no solamente tiene una toalla, esa que dice que no va a tirar. Toallas tiene varias, caras muchas, promesas abundantes y posturas diferentes, y las usa o las tira, toallas, promesas, caras o posturas, a su exclusiva conveniencia.

Tras su fracaso en la investidura, a Pedro Sánchez le faltó tiempo para personarse en Tele 5 y repetir hasta la saciedad que no tiraba la toalla y que seguiría intentando ser presidente del Gobierno. Con toda lógica y acorde con su innata coherencia y amor a la verdad, muy pocos días antes le había dicho a Pablo Iglesias que, o había investidura en Julio o que se olvidara de septiembre, que en septiembre no habría investidura y que se iría a unas nuevas elecciones.

Sánchez se sacó de la manga una toalla. Pero Pedro Sánchez no solamente tiene una toalla, esa que dice que no va a tirar. Toallas tiene varias, caras muchas, promesas abundantes y posturas diferentes, y las usa o las tira, toallas, promesas, caras o posturas, a su exclusiva conveniencia.

Tiene toallas de baño, de lavabo, de playa, de piscina, de rayas, lisas y hasta de flores. Es el hombre de las mil toallas igual que es el hombre de las mil caras, de las mil promesas y de las mil posturas.

En la pasada sesión de investidura nos mostró todas sus facetas faciales. Todas distintas, igual de duras, pero distintas. Una para hablar con los que le apoyan, otra para los que quiere que le apoyen, alguna más para quienes sabe que nunca le apoyarán e incluso las hay para los que no quiere ni mirar.

Todo un repertorio que va desde el hombre bueno y conciliador, pasando por el duro, hasta el indignado. Del patriota altruista, al negociador que tiende la mano a todo con el que se cruza por la calle, en la que ha instalado la mesa del trile.

Pensaba Sánchez que la investidura tendría los mismos mimbres que la moción de censura y se equivocó, pura y simplemente, porque sus valedores para echar a Mariano Rajoy, en poco o en nada coincidían con quienes tenían que votarle para ser presidente.

En la moción de censura solamente se tenían que poner de acuerdo en sacar a Rajoy de La Moncloa y, además, con la promesa –incumplida por supuesto- de unas elecciones inmediatas, mientras que en la investidura lo que estaba en juego eran cuatro años de “sanchismo” en el Gobierno.

En la moción de censura, los separatistas y nacionalistas todavía tenían sus ambiciones, sus juicios y hasta sus indultos, casi intactos y las esperanzas sin mancillar.

 

Ciudadanos aspiraba a liderar la derecha y pensaba que, votando la moción de censura, era cosa hecha ante un Partido Popular desmantelado.

Y Podemos, el que menos ha cambiado, notaba ya bajo sus pies el tacto mullido de las alfombras de la Real Fábrica que cubren los suelos de los despachos ministeriales.

Pero pasan los meses, las elecciones se retrasan a conveniencia de Sánchez y, al llegar la hora de la verdad, resulta que la investidura se tuerce y las cuentas no salen.

Los separatistas y nacionalistas han sufrido un juicio lleno de reveses y de contratiempos jurídicos y políticos.

El liderazgo de la derecha, al que aspiraba Ciudadanos, se ha convertido en una especie de caricatura obscena.

Podemos se encuentra con unas alfombras que se mueven constantemente y que además se le ofrecen ministerios en los que no son tan mullidas.

Y llegan las abstenciones y las malas caras y hay que echar mano de las toallas.

Lo que pasa es que va a llegar un momento en el que Sánchez, con tanta mentira, con tanta promesa incumplida y con tanta toalla, no sepa la que tiene que tirar y la que tiene que conservar.

Y hasta puede suceder que, en la confusión, se quede con la típica toalla sustraída del baño del hotel de vacaciones.

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