Los relevos

Como las cosas políticas andan más bien revueltas, una palabra tan inocua como ‘relevo’, no es que pueda tener varias acepciones según el diccionario de la RAE, es que una vez pronunciada se le escapa a uno de las manos y no se sabe a dónde puede llegar.

Hemos asistido embelesados al relevo en la presidencia de la Unión Europea. Un Rodríguez Zapatero exultante de gozo recibía el ‘canutillo’ de manos de su antecesor y se lo enseñaba a S.M. El Rey, que no es que diera muestras de sorpresa ni de granes entusiasmos. Un ‘canutillo’ que contenía banderitas y que parecía algo así como los que usan los ilusionistas y de los que sacan pañuelos de colores y hasta palomas. Eso es lo que hizo Zapatero cuando se lanzó, e incluso llego a creerse que podrá tomar decisiones en Europa. Si se hubiera fijado en la cara más bien socarrona del holandés Van Rompuy se le hubiera quedado la sonrisa helada. Pero con todo y con eso no deja de ser un relevo.

Pero hay más relevos, y ahí sí que las sonrisas de nuestros políticos se pueden congelar aprovechando lo del calentamiento global que estamos sufriendo estos días.

Cualquiera puede preguntarse si –aparte de Rosa Díez, que se afianza aunque parece que sólo en Madrid- tomará alguien el relevo de Gaspar Llamazares, si habrá alguien que recoja el relevo de los jefes del PNV, si seguirá Duran i Lleida en la cuerda floja de la que tira, para ‘tirarle’, Artur Mas, y si existirá Carod Rovira.

Pero el relevo de los relevos, la madre de todos los relevos, el relevo por antonomasia es el que se está cociendo en Ferraz – lo de Ferraz es metáfora porque más bien se cuece fuera de Ferraz- a fuego lento.

Y en la otra orilla, en la orilla de la derecha, también se habla de relevos. Aquí el fuego es más lento, más a la gallega, pero ‘haberlo hailo’.

Es evidente que la vida política de muchos de nuestros dirigentes está llegando a su fin. Bien por desencanto del electorado, por desgana, por agotamiento de ideas o por el desgaste propio de estar cada día en las portadas de los medios, lo cierto es que hay caras que empiezan a resultar cansinas, tanto en el Partido Socialista como en el Partido Popular. Lo peor de todo es que no se atisban relevos generacionales – son un relevo como otro cualquiera- y las juventudes de unos y las generaciones nuevas de otros apenas dan para nada.

Son muchas las miradas que miran furtivamente hacia atrás y piensan en vueltas impensables, pero cuya sola idea debería dar mucho que pensar a nuestros responsables políticos.

Es demasiado pronto para que la palabra relevo suene con tanta frecuencia entre unos y otros. Lo que hay que intentar es que la decisión –si es que la hay- no llegue demasiado tarde.

 
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