Los ridículos de Sánchez

Desde el venturoso momento en el que sacó a relucir el insomnio que padecería si llevaba a Iglesias al Gobierno, hasta el último episodio de las armas enviadas a Ucrania, la trayectoria de Sánchez está forjada y basada en el ridículo.

El que dijo aquello de que en política se puede hacer todo menos el ridículo, anticipándose en el tiempo, estaba pensando en Sánchez.

Es difícil hacer el ridículo con tanta asiduidad, con tanta recurrencia con tanta contumacia, con tanta reiteración, con tanta reincidencia… Sánchez lo logra cada día.

Desde el venturoso momento en el que sacó a relucir el insomnio que padecería si llevaba a Iglesias al Gobierno, hasta el último episodio de las armas enviadas a Ucrania, la trayectoria de Sánchez está forjada y basada en el ridículo.

Siempre se recurre el tópico –absolutamente cierto- de sus mentiras y de su afán patológico por engañar, pero lo que de verdad caracteriza a Sánchez es su calidad como maestro del ridículo. Y sino, que vengan y lo vean episodios como la gestión de la pandemia, la tesis doctoral, el precio de la luz, la escena del teléfono con el mundo al habla, la recuperación económica, el salir más fuertes, las gafas del Falcon, los paseos con Biden, las meteduras de pata con el protocolo …

Otra cosa es que esos ridículos sean patadas en el trasero de todos los españoles. Y además son ridículos esféricos, es decir, se mire por donde se mire, Sánchez hace el ridículo.

El episodio del envío de armas a Ucrania -ofensivas, defensivas o viceversa- sería de chiste si no fuera por la masacre que está perpetrando Putin y de la tragedia que viven los ucranianos.

En menos de 24 horas Sánchez cambia de opinión y lo hace ante Europa, ante la OTAN y ante el mundo entero que, por muy acostumbrado que esté a esos ridículos, tiene que haberse asombrado ante las volátiles decisiones de un jefe de gobierno europeo.

Se especula “de parte de quién” se ha retractado Sánchez. Es lo mismo que antes el influyente fuera Iglesias disfrazado de Belarra, o que ahora le haya llamado al orden la propia OTAN, o que se sonrojara –aunque en él es difícil- al escuchar el discurso de Borrell. Sean los que sean los “empujadores”, el ridículo ha sido enorme y de carácter universal.

 

Claro que Sánchez, como buen estratega de sus propia limitaciones y carencias, se rodea de otros expertos en hacer el ridículo que -aunque menos habilidosos que él- hacen su labor de teloneros. Y ahí están la fiscal Delgado con el procesamiento presunto de Don Juan Carlos. Y Marlaska con la valla de Melilla. Y Alegría, la de educación, con su afán por ocultar a los padres las notas de sus hijos. Y Colau y Aragonés con su manía de jugar al escondite cuando el Rey llega a Cataluña. Y  Junqueras con sus delirios. Y el Tribunal de Cuentas con sus “indultos económicos”…

Todos en el mismo saco. Pero es que el saco, en sí mismo considerado, también resulta ridículo.

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