¿Esto lo sabe Otegi?

Esa pregunta se la podría haber hecho Eduardo Fungairiño al Fiscal General del Estado, parodiando aquella otra que hizo Arnaldo Otegi cuando decretaron su prisión: “¿Esto lo sabe el Fiscal general?” Pocas decisiones tan claras y de tan graves consecuencias ha tomado el Gobierno que preside José Luis Rodríguez Zapatero como la destitución del Fiscal Jefe de la Audiencia Nacional. Es evidente que la falsa dimisión del hombre que durante más de veinticinco años ha luchado contra el terrorismo desde la más estricta legalidad, sin una fisura, sin un solo desliz, sin la más mínima mira personal y con un rigor jurídico fuera de toda duda, con los fallos y las deficiencias normales en cualquier gestión, sobre todo de tanta responsabilidad, es —cuando menos- una flagrante injusticia. No es menos evidente que las consecuencias —dicho sea con todos los respetos para su sucesor- no van a ser positivas ni se van a hacer esperar demasiado, entre otras razones porque el cargo ha quedado tocado en la línea de flotación de una dependencia demasiado descarada del poder ejecutivo. Pero lo realmente grave, lo que debe preocupar a los ciudadanos y lo que va a llevarnos a consecuencias no del todo sopesadas por quien ha tomado la decisión, es lo que esta decisión tiene de síntoma. ¿Lo sabe Otegi? ¿Lo ha exigido Otegi? ¿Es el precio a pagar en la mesa de negociaciones? ¿Se trata de quitar obstáculos al tortuoso camino de la “pacificación” del País Vasco? Las preguntas van a quedar en el aire. Huele mal . Huele mal un Gobierno que tiene la desfachatez de obrar así. Huele mal un partido en el poder que permite o propicia semejantes decisiones. Huele mal una actuación antiterrorista que puede quedarse con las vergüenzas al aire y huele mal una negociación con ETA que está en la mente de todos solamente a la espera de buscar el momento apropiado tras el abono del terreno. Un terreno que se ha abonado con el estiércol de la destitución de un fiscal magnífico y de un ejemplar servidor público. Un estado que se desarma paulatinamente y que tira por la borda el prestigio de sus instituciones tiene razones para preocuparse, y un Gobierno que se permite lujos como el cese de Fungairiño tiene muy poco recorrido político. Si Otegi no lo sabía, malo. Si Otegi lo sabía, peor.

 
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