A Sánchez nada le da vergüenza

 Sánchez perdió la vergüenza política -si es que alguna vez la tuvo- en el mismo instante en el que apareció en política; pero la otra vergüenza, esa del “me da vergüenza”, la ha ido perdiendo a trozos y ya nada le da vergüenza.

Dice Aristóteles que “la autoridad, por naturaleza, tiende a hacer el bien a quienes le están sometidos. Pero si la autoridad se corrompe, perderá de vista el bien común, perderá su naturaleza y perderá su propia razón de ser y ya nadie le estará sometido”.

No se trata de la vergüenza política que Sánchez perdió hace mucho tiempo. Es esa vergüenza de los niños cuando les mandan hacer algo en público: recitar una poesía, cantar una canción en la fiesta del colegio, o besar a una amiga de la mamá que se encuentran en la calle. Es cuando el niño dice aquello de “me da vergüenza”. Con el tiempo el niño va perdiendo esa vergüenza y se atreve con todo y no da importancia a nada.

Sánchez perdió la vergüenza política -si es que alguna vez la tuvo- en el mismo instante en el que apareció en política; pero la otra vergüenza, esa del “me da vergüenza”, la ha ido perdiendo a trozos y ya nada le da vergüenza. 

Así, y fuera de la actuación más o menos política y en el mismo paquete, no le da vergüenza subvencionar a su hermano, colocar a los amiguetes, plagiar a diestro y siniestro y presentar libros que todo el mundo dice que no ha escrito -acompañado de edecanes televisivos a medio fracasar y más bien siniestros, que hacen bromas y le corean sus ocurrencias- jaleado por medio Gobierno, después de que las invitaciones, a tan señalado acto, se hayan cursado desde los medios de La Moncloa. 

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Son algunos ejemplos, pero no demasiados, porque a Sánchez tampoco le da vergüenza vivir del cuento y de los cuentos, enchufar a su mujer en la Complutense, no asistir a una sesión parlamentaria en la que se va a hablar de la amnistía o tener de “pasapalabras” a personajes tan edificantes y dialogantes como Puente o López (pero Pedro ¿tú sabes lo que es una nación?). 

Un López que se ha transmutado en un híbrido de Rufián y Puente y que pasa un trance por el que jamás debería transcurrir un político serio. López ha mutado de producir nauseas (políticas por supuesto) a dar risa, pero es que ahora, mayormente, lo que produce es pena y conmiseración ante el papelón que le obliga a hacer Sánchez.

Y tampoco le da vergüenza ir al Parlamento de Estrasburgo y mientras Puigdemont le sacaba los colores delante de toda Europa, “poniendo un referéndum encima de la mesa”, dedicarse a recitar la cantinela de la extrema derecha y de los logros de su Gobierno. Y aguantó impertérrito que Weber, eurodiputado alemán desde hace casi 20 años, le tuviera que recordar que “uno de los principios básicos de la democracia es decir la verdad a las personas antes de las elecciones”.

Además de que nada le da vergüenza, Sánchez, ni siquiera se priva de contar las intimidades de su familia que, además de ridículas, huelen a mentira y no interesan a nadie o de la memez de hacer bromas, entre carcajadas, con motivo de la presencia de un mediador salvadoreño para sus cesiones ante un prófugo de la justicia.

A Sánchez, lo único que parece darle vergüenza es que le abucheen en la calle, le llamen traidor y le tilden de dictador. Pero enseguida se repone y no le da vergüenza la caravana de coches de escolta que le arropan o que las calles se corten al tráfico y se blinden kilómetros a la redonda desde el punto por el que tiene que pasar

A Sánchez tampoco le da vergüenza hacer de la necesidad virtud, pero una cosa es hacer de la necesidad virtud y otra muy distinta (como dice mi portero) hacer sus necesidades en público y encima de los españoles.

La carcajada: Dice López (pero Pedro ¿tú sabes lo que es una nación?) a propósito de la amnistía: “Esta no es una ley del Gobierno, es una ley del grupo parlamentario socialista. Por eso habla el portavoz del Partido Socialista”