Un sarcasmo: Por mi conciencia y honor
Hay cargos que para ser ejercidos, exigen fórmulas más o menos altisonantes. Lo que pasa es que no siempre se hace honor a esas fórmulas.
Existen protocolos que -por mucho que se hayan variado y hasta, en ocasiones, desnaturalizado- mantienen un alto significado y, aunque parezca mentira, aún hay gentes que creen en su virtualidad.
Y hay ciertos cargos que para ser ejercidos, exigen fórmulas protocolarias más o menos altisonantes, que suenan bien y hasta dan cierto lustre a quienes las pronuncian.
Pero ocurre que las aguas, en algunos sectores de nuestra vida política, bajan turbias porque no todos los que protagonizaron esas fórmulas y tomaron parte en esos protocolos, hacen gala ni de conciencia ni de honor.
No se trata de que se deba exigir más conciencia y más honor a quienes ostentan cargos públicos y representan a los ciudadanos, pero es que hay hechos, situaciones, circunstancias, actitudes, amistades, conversaciones y hasta lenguajes que, no por supuestamente privados, dejan de ser reprobables por más que no sean delictivos y que son claramente censurables, aunque no tengan ninguna connotación negativa en sus hipotéticas consecuencias legales.
Por mucho que la ética, tanto privada como pública ( si se pudiera hacer la distinción) sea un bien escaso en ciertos ámbitos públicos, tiene mucho que ver con eso de la conciencia y del honor y tanto en lo privado como en lo público debería ser objeto de una mayor consideración y estar más cuidada de lo que es habitual.
Y es que aquella historia del “maestro de Siruela que no sabía leer ni escribir y puso escuela” se está poniendo desgraciadamente de actualidad con demasiada frecuencia.
O aquello otro de “dime de lo que presumes…”.