¿Qué es la verdad?

En la vida política y en el desenvolvimiento de la sociedad, la libertad –y así debe de ser- aparece como el bien supremo y como un derecho fundamental del hombre. Los poderes públicos y los políticos, deben caracterizar sus acciones, lógicamente, por el fomento de la libertad. En cambio la verdad suscita más bien sospechas de totalitarismo y de absolutismo intolerable.

En aras del relativismo, así como la libertad es un bien objetivo, la verdad es puramente subjetiva y se habla con absoluto desenfado, de ‘tu verdad’ y de ‘mi verdad’. Y lo peor es que se hace al enfocar y afrontar asuntos que no admiten, por su propia naturaleza, varias verdades y mucho menos convertir en verdad indiscutible la opinión de la mayoría.

Estamos acostumbrados a la mentira de nuestros políticos, a las medias verdades, a que unos digan una cosa y otros la contraria y a que todos parezcan tener razón porque cada cosa es del color…

Cuando quienes gobiernan Cataluña afirman con rotundidad que la verdad sobre la independencia y sobre los métodos que emplean para lograrla es la única verdad sobre el asunto y los vemos enfrentados con quienes afirman que la Constitución está por encima de lo que pueda decir el Parlament, puede surgir un cierto desconcierto en la opinión pública porque nadie se molesta en averiguar y proclamar la verdad que, en ciertos casos, no es opinable.

Cuando se legisla sobre el derecho a la vida, sobre la naturaleza del matrimonio, sobre los derechos de los padres en relación a sus hijos o sobre los de los ciudadanos respecto al ejercicio de sus creencias religiosas, nunca surge la pregunta sobre la verdad de unos u otros planteamientos.

Extraña que nuestra sociedad actual -tan justamente preocupada por la libertad y por lograrla en todos los ámbitos- no muestre el mismo interés por la búsqueda de la verdad, sobre todo en parcelas de la vida en común que son fundamentales para el ser humano. El ciudadano, en su valoración de los políticos, se contenta con que no le mientan; en relación con la gestión pública se habla de transparencia y hasta de honradez, pero nunca se valora la verdad como tal.

El relativismo, aún en materias que por su índole deberían estar fuera de discusión, se ha adueñado de la sociedad moderna y lo hemos confundido con el respeto a los demás. Los símbolos se desprecian, la unidad de la nación se discute, se incumplen las leyes, se desconocen las sentencias de los tribunales y hasta la misma historia se pone en tela de juicio y se someten a varias interpretaciones hechos y sucesos incontrovertibles.

La política y la gestión pública se han instalado en el disimulo y en la apariencia. Batallamos por el derecho a la libertad de expresión y no por el derecho a la verdad de las cosas, de los acontecimientos o de su valoración.

Y lo peor de todo es que –como a Poncio Pilato- la búsqueda de la verdad nos empieza a traer sin cuidado.

 
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