Había una vez un circo

Entre los dicharachos con los que algunos diputados aderezaban su votación, las escarapelas con reminiscencias de divisa de ganadería en feria isidril, las banderas escondidas en el regazo y las pancartas exhibidas por grupos parlamentarios solicitando un referendum, aquello parecía un circo de pueblo en plenas fiestas patronales.

Lo que según el presidente del Gobierno, el secretario general del primer partido de la oposición o el mismo presidente de la cámara era un acto solemne y con cierta trascendencia histórica, se convertía, de buenas a primeras, en una muestra de mal gusto y de falta de respeto de los diputados hasta por ellos mismos. Hay que tener en muy poco el cargo, la representación que ostentan y a los ciudadano que dicen representar, para montar semejante mascarada, más propia de algaradas callejeras que de quienes tienen el deber de legislar con seriedad y de representarnos responsablemente.

Pocos argumentos, ningún razonamiento y demasiado colorín como para que alguien tome en serio pretensiones rancias y comparaciones decimonónicas.

Ni eso es democracia, ni la libertad de expresión, propia de cualquier parlamento, autoriza comportamientos, cuando menos, inapropiados en una sede que representa la soberanía nacional.

Se van a suceder jornadas más o menos solemnes y con repercusión inmediata en las instituciones que, se quiera o no, nos dimos los españoles cuando se votó la Constitución. El truco –ni siquiera llega a razonamiento- del ‘yo no la voté no cuela, entre otras cosas porque no hay, valga de ejemplo, un solo ciudadano norteamericano vivo, que haya votado la constitución de los Estados Unidos. Pero, en cualquier caso, cierto tipo de protestas o de manifestaciones son propias de las aceras de las calles, al paso de los cortejos, que de un parlamento en plena votación.

Es de suponer, más bien de temer, que el día de la proclamación como Rey, del Príncipe de Asturias, se repitan los números circenses, reglamentos aparte y sin tener en cuenta las inútiles llamadas al orden. Pero ya que no hay votación y su presencia en el hemiciclo no es necesaria, sería de agradecer por la dignidad de todos, que ciertos diputados esperaran en la calle para dar rienda suelta a sus aficiones, a sus colorines y a sus demostraciones democráticas.

 
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