El auge del confinamiento voluntario y la lectura

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Interior de una librería.

La época de confinamiento obligatorio para evitar posibles contagios del Covic-19 fue traumática para muchas personas. Se sentían enjauladas en su casa y con sentimientos de ansiedad y claustrofobia. Ello  impulsaba a algunos confinados a revivir la picaresca. Se recurrió mucho a salir de casa clandestinamente para dar largos paseos valiéndose de trucos para no ser multados, como, por ejemplo, simular que se va a comprar pan llevando una barra como coartada, o aparentar que se está paseando el perro que no se tiene, pero que  se lo ha prestado un vecino. Muchas  de esas personas  que se sentían enjauladas en casa, ahora se confinan voluntariamente en ella, viéndola como un refugio.

Autoconfinarse es una tendencia creciente que puede  llegar a generalizarse, sobre todo por parte de  personas mayores, sabedoras de que son más vulnerables. A esto se une las preocupantes noticias sobre nuevos contagios y los sucesivos y cambiantes  protocolos para evitar contagiarse. Conozco personas que para salvaguardar su salud mental han dejado de ver la primera parte de los telediarios.

La tensión de sentirse amenazados de forma permanente por una espada de Damocles llamada covic-19 suele producir estrés. ¿Cómo sería una ciudad en la que todos sus habitantes permanecieran aislados en su casa? Parece ciencia ficción o una novela de Huxley  sobre el futuro, pero puede llegar a ser una realidad. Para llenar sus  muchas horas de ocio a los autoconfinados ya no les basta recurrir a la televisión y a internet;  necesitan algo que les enganche y llene más personalmente: el libro. La mejor encuesta sobre esta cuestión es preguntar en las librerías. En contraste con la hostelería, las librerías están vendiendo más que nunca.

Pienso que ese cambio de comportamiento entre las dos formas de confinamiento (obligatorio y voluntario) no es caprichoso ni incoherente. Se debe a que ha aumentado el miedo. El miedo es una emoción que cumple un papel fundamental: la supervivencia. Sin miedo, viviríamos de forma tan temeraria que pondríamos continuamente en peligro nuestra vida. Aunque algunos miedos pueden ser disfuncionales, entorpeciendo la toma de decisiones, el miedo en sí mismo no es el problema. El problema suele ser reaccionar con actitudes irreflexivas, generando así miedos irracionales.

Algunas personas  han descubierto un recurso para estar confinado sólo físicamente, no espiritualmente: la lectura, tal como se observa en este testimonio: “Aprender a leer es la cosa más importante que me ha pasado en la vida. Recuerdo con nitidez cómo esa magia, traducir las palabras de los libros en imágenes, enriqueció mi vida, rompiendo las barreras del tiempo y del espacio y permitiéndome viajar con el capitán Nemo veinte mil leguas de viaje submarino, luchar junto a d’Artagnan, Athos, Portos y Aramís contra las intrigas que amenazan a la Reina en los tiempos del sinuoso Richelieu, o arrastrarme por las entrañas de París, convertido en Jean Valjean, con el cuerpo inerte de Marius a cuestas” (Discurso de Mario Vargas Llosa al recibir el Nobel). En un país que se lee muy poco ha tenido que ser el confinamiento quien capte muchos nuevos lectores. Una vez más se cumple lo de “no hay mal que por bien no venga”, porque la lectura  continuada, el hábito lector, es muy beneficioso en todas las edades. Para Borges, “la espada o el arado son una extensión de la mano; el espejo o el telescopio de nuestros ojos. El libro, en cambio, es una extensión perdurable de la imaginación y de la memoria”.

La lectura es especialmente necesaria en la actual sociedad tecnologizada. Un adolescente cualquiera pasa medio día en las Redes Sociales, y posiblemente, ninguna hora leyendo una novela. Sin embargo, nunca ha sido tan importante saber leer y comprender lo que se lee como en esta época, en la cual la información fluye rápidamente y exige una comprensión casi inmediata. Quien no sabe hoy analizar un texto, difícilmente podrá hacer una buena utilización de las Nuevas Tecnologías.

La pregunta ya no es si se lee más o menos que antes, dice la escritora María Teresa Andruetto, sino qué podemos hacer para mejorar la calidad de los lectores. Añade que la literatura es un espacio de desacato. En el acto de leer, un libro se convierte en un ser vivo, capaz de interrogarnos, perturbarnos y enseñarnos a mirar zonas aún no comprendidas de nosotros mismos. Ésta es la revolución que debemos emprender en el terreno de la lectura,  construir  una voz propia a contrapelo de los discursos únicos y de las miradas totalizadoras”.

Coincido en que leer  es un acto revolucionario porque nos hace pensar y posibilita discrepar con sentido  en la búsqueda de la verdad.

 

Gerardo Castillo Ceballos

 

Facultad de Educación y Psicología de la Universidad de Navarra

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