Una ley contra la cultura del esfuerzo

Profesor dando clase.
Profesor dando clase.

El Congreso español ha respaldado en octubre de 2020 el Real Decreto de Educación que permitirá modificar los criterios de evaluación y promoción en el ámbito no universitario (ESO y Bachillerato). Posibilitará a los alumnos pasar curso sin límite de  suspensos. La evaluación será únicamente al término de cada curso.

Varias asociaciones de padres y algunos sindicatos han mostrado su desacuerdo con esta ley por su utópico planteamiento: el de aprender sin  esfuerzo. Además, es una contradicción con el lema propuesto por la ministra de Educación, (2000 a 2004) Pilar del Castillo: “La cultura del esfuerzo”.

Se teme que la nueva ley favorezca el ya preocupante índice de fracaso escolar en nuestro país. Conviene recordar que el fracaso escolar no se debe únicamente a factores personales del estudiante, sino a posibles errores del sistema educativo, como, en mi opinión,  ocurre en el caso que nos ocupa. 

Estoy convencido de que el rendimiento de los estudiantes será menor con el mencionado cambio de criterio de evaluación, por renunciar a la evaluación orientadora y  formativa; en ella se produce un feedback (retroalimentación) entre el profesor y el alumno en diferentes momentos del proceso de aprendizaje. 

Por otra parte, pasar curso sin saber, especialmente en materias en las que los contenidos están  encadenados -por ejemplo, en Matemáticas- incapacita a los alumnos para su comprensión. Además, ¿qué tipo de esfuerzo realizarán los estudiantes si previamente saben que los suspensos no les impedirán pasar al curso siguiente?

Tras el citado modelo de evaluación y promoción se esconde una aversión al esfuerzo, propio del permisivismo educativo. En la sociedad actual todo debe ser inmediato; con un solo click conseguimos muchas cosas. Nos hemos acostumbrado a  conseguirlo sin esfuerzo. 

En el buzón de mi casa encontré hace poco el anuncio de una academia de idiomas con este mensaje: “aprende inglés sin estudiar, de un modo divertido y natural”. 

El pediatra francés A. Naouri criticó la pedagogía permisiva según la cual los padres no deberían negar nada a los hijos para evitar frustraciones. Además, se declaró defensor de la frustración precoz de los niños. Las pequeñas frustraciones de la infancia (por ejemplo, no poder usar el móvil a todas horas)       tienen mucho valor educativo: facilitan una imagen más realista de uno mismo; fomentan el autocontrol y el deseo de luchar.

El permisivismo educativo ha creado y sigue creando niños y adolescentes inseguros, debido a que no fueron entrenados para afrontar dificultades por sí mismos. 

 

Necesitamos volver a la cultura del esfuerzo. No hay nadie brillante que no tenga detrás de sí muchas horas de entrenamiento. Larry Bird, gran jugador de la NBA, lo explicó así: “Es curioso, cuanto más entrenamos, más suerte tenemos”.

El viejo imperativo de Píndaro “llega a ser el que eres” es una perenne invitación a todo hombre y a toda mujer a  vivir de forma coherente con la propia naturaleza, lo que exige esfuerzo y sacrificio, tal como lo expresaba el adagio latino: “Ad astra per aspera” (a las estrellas por el camino difícil).

Para Eugenio D´Ors, “no hay educación ni humanismo sin la exaltación del esfuerzo, de la tensión en cada hora y en cada minuto”. Por eso propuso “rehabilitar el valor del esfuerzo, del dolor, de la disciplina de la voluntad, ligado no a aquello que place, sino a aquello que displace”.

Padres y profesores deben presentar el esfuerzo como algo positivo. Por ejemplo: lo natural es esforzarse; lo que vale es lo que cuesta; la vida es problema y la lucha es la condición esencial del éxito; la mayor de las satisfacciones es el descanso merecido. El esfuerzo es uno de los ingredientes de la voluntad.

La voluntad se forja en la superación de dificultades. Pero no basta mejorar en fuerza de voluntad (la tienen hasta los gangsters eficaces); hay que progresar, además, en “voluntad buena”. El filósofo Nicolás Grimaldi sostiene que lo más específico de la voluntad –querer- constituye lo más específico del hombre: “Si queremos es porque comprobamos, en nuestras impaciencias y decepciones, que no somos lo que tenemos que ser y la falta de conciliación de la naturaleza con lo instantáneo”. 

La omisión de la educación de la voluntad está originando actualmente alteraciones y enfermedades de la voluntad, como la abulia, la apatía, la dispersión y el atolondramiento.

Aunque la voluntad tiende al bien, al ser una facultad ciega necesita ser iluminada por el entendimiento. Por ello es clave despertar en el educando ideas claras para que se incline hacia lo verdadero, lo bueno, lo bello.

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