Las nuevas tecnologías: ¿Un nuevo paradigma para el hombre?

Pensemos, por ejemplo, lo que supuso para el transporte la invención de la máquina de vapor, para la cultura, la invención de la imprenta y para la salud el descubrimiento de la penicilina. No obstante, el mal uso y el abuso de las TIC tiene efectos negativos para personas de todas las edades y de modo especial para los adolescentes.

Cuando se olvida que la técnica es para el hombre (y no el hombre para la técnica);  cuando los recursos tecnológicos dejan de verse como un medio para convertirse en un fin, se crea una dependencia personal que suele acabar en adicción.

¿Quiénes son los adolescentes con más alto riesgo de adicción a las TIC? Son “aquellos que demandan más afecto, que no saben rehacerse ante las dificultades y que presentan una actitud de baja autoestima ante los retos de la vida. Esta incapacidad de superarse y esa necesidad de reconocimiento de sus iguales, les lleva a buscar pequeños éxitos y satisfacciones que les hagan olvidar sus dificultades en la vida real. Y así se entregarán sumisamente en brazos de la realidad virtual, mucho más gratificante”. (Castell, P. y Bofarull, I.: Enganchados a las pantallas).

Los padres suelen preguntar cómo prevenir el riesgo de que sus hijos adquieran conductas adictivas en el uso de las nuevas tecnologías. Sugiero las cinco medidas que expongo a continuación.

1-Limitar los lugares y momentos para el uso de las TIC. Por ejemplo, no utilizar el móvil durante la comida familiar;

2-Supervisar los hábitos de uso de internet; conocer a qué redes sociales acuden los hijos y para qué las utilizan;

3-Sugerirles que sean muy prudentes en lo que publican en las redes, ya que cualquier persona puede acceder a esa información;

4-Usar filtros de contenido que impidan el acceso a páginas inapropiadas;

5-Utilizar alarmas que indiquen al usuario que ha pasado su tiempo y que debe desconectarse.

 

Detrás del abuso de las nuevas tecnologías se esconde la influencia de un fenómeno sociocultural posmoderno: la idolatría del poder técnico, ligada al mito de la tecnología como factor clave del progreso indefinido.

El hombre contemporáneo tiende a buscar modelos que imitar tanto en las máquinas como en las personas. Este fenómeno no es nuevo del todo: el reloj apareció antes de que Newton imaginase el mundo como un gran mecanismo parecido a un reloj.

Actualmente, el ordenador está proponiendo ideas sobre el hombre: sobre su forma de aprender, de pensar y de tomar decisiones. Hay ordenadores que funcionan como redes neuronales, similares a las del cerebro humano.

La tecnología está dejando de verse como un instrumento para someter el mundo; ahora es presentada como un paradigma para el hombre, hasta el punto de otorgarla una dimensión salvadora. A través de la tecnología, algunos hombres pretenden zafarse de una existencia infeliz con el olvido de sí mismos, de su condición humana.

En la actual sociedad supertecnificada el hombre está expuesto de modo constante a una tentación: actuar como lo hacen las máquinas (con la misma precisión, eficacia y rendimiento). Cuando sucumbe a esa tentación, el hombre se convierte en un animal técnico, en un autómata. El humanismo técnico, la soberbia técnica, es una de las causas del ateísmo moderno.

La técnica que intenta superar la naturaleza humana sólo conduce al anonadamiento del hombre, a dejar de ser sujeto para transformarse en objeto útil.

La verdadera función de la técnica es liberar al hombre de algunas actividades materiales que le atan, para facilitar su desarrollo espiritual; es poner la mano sobre las cosas para poseerlas por el espíritu.

Para Gustave Thibon, “el hombre necesita la acción, pero debe hacerla compatible con la contemplación si quiere que haya armonía en su vida. Debe procurar que la acción no llegue hasta ese agotamiento interior en que el hombre, desposeído de lo que es, se convierte en esclavo de lo que hace”.

No se trata de desvalorizar la técnica, sino de integrarla en el marco de lo que el hombre es.

Unas palabras de Juan Pablo II dirigidas a los profesores y estudiantes universitarios de su tiempo, alertaban ya del peligro de caer en reduccionismos de la educación: “No basta especializar a los jóvenes para un oficio; no basta preparar técnicos, sino que, además, hay que formar personalidades. Se trata de formar hombres completos y de presentar el estudio y el trabajo profesional como medios para encontrarse a sí mismo y para realizar la vocación que corresponde a cada vida”.

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