La diversidad monolítica

En política es sabido que muchos juicios se basan no en lo que se hace sino en quién lo hace. Una misma acción puede ser motivo para descalificar a un político o para elogiar a otros.

Por ejemplo, Biden acaba de anunciar que el equipo de comunicación de la Casa Blanca estará formado en su totalidad por mujeres, siete mujeres “calificadas y experimentadas” que “aportan diversas perspectivas”. Por su parte, la vicepresidenta Harris piensa que las designadas expresan el compromiso de la nueva Administración de “construir una Casa Blanca que refleje lo mejor de la nación”.

No tengo datos para valorar la profesionalidad de las nombradas, pero no me cuesta imaginar lo que se habría dicho si Trump hubiera nombrado a un equipo de prensa exclusivamente masculino. “¡Trump ignora la perspectiva femenina! ¡Un equipo de comunicación monolíticamente masculino! ¡Una prueba más de la misoginia de Trump!” Pero entre los reproches que se le pueden hacer a Trump no puede incluirse este, ya que en diversas etapas de su presidencia la portavoz de la Casa Blanca fue una mujer.

La idea de Biden de que las siete mujeres trasladan a la Casa Blanca el reflejo de “la diversidad del país”, parece dar a entender que lo masculino no cuenta a efectos de diversidad.

Quizá porque es tóxico. En este capítulo hemos pasado de la mujer cuota a la paridad y ahora a la mujer total.

Curiosamente, esta falta de inclusión no extraña a los medios proclives a Biden. Así, los informadores del New York Times escriben: “Los nombramientos responden al plan de Biden de introducir diversidad racial, de género e ideológica en los altos cargos, para cumplir así uno de sus compromisos electorales de que franjas más amplias de población estén representadas en las decisiones políticas”. Pero parece que la comunicación sí tiene género.

También el Ministerio de Igualdad, a cargo de Irene Montero, debía pensar que para atender a mujeres maltratadas era necesario ser mujer. Por eso al convocar una licitación pública del servicio dedicado a informar y asesorar a mujeres víctimas de violencia de género, pedía que el personal estuviera compuesto por operadoras telefónicas, psicólogas, asesoras legales… todo en femenino.

Una empresa de las que se presentaban al concurso recurrió ante el Tribunal Administrativo Central de Recursos Contractuales, alegando que existía una discriminación de género, con preferencia de la mujer. Y el Tribunal le ha dado la razón, obligando al Ministerio a convocar de nuevo la licitación.

No deja de tener su gracia que el Ministerio de Igualdad sea condenado por discriminación. Entiendo que el Ministerio está en lo cierto al suponer que una mujer víctima de violencia de género prefiere ser atendida por una mujer. Pero aquí el Ministerio tropieza con las piedras que él mismo ha ido poniendo. Si debe haber igualdad para todo, también aquí.

 

En el fondo, esta exclusividad femenina revela la creencia de que la mujer es más acogedora, más capaz de escuchar con empatía, más sensible a las tribulaciones ajenas... ¿Pero no es esta una visión tradicional, basada en esos estereotipos contra los que quiere luchar el Ministerio?

Además, con ese proyecto de ley para “trans” que prepara el Ministerio, la misma idea de distintos sexos deja de tener trascendencia. Y si el Ministerio no cree necesario reservar espacios exclusivamente femeninos en cárceles, vestuarios o competiciones deportivas, no se ve por qué intenta crearlos en la atención telefónica. Si solo importa la identidad de género sentida, un trans también puede atender el teléfono aunque tenga una voz más grave.

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