La ideología de género como máscara

Una de las ventajas de la ideología de género es que puede servir para enmascarar las carencias de ideologías políticas refractarias a la libertad. Ese pretendido aire de modernidad, envuelto en un discurso inclusivo y antidiscriminatorio por razones de género, es un buen recurso para ocultar las discriminaciones por razones de orientación política.

Un buen ejemplo es el proyecto de Código de las Familias que está en proceso de consulta en Cuba, antes de ser votado en el Parlamento y después sometido a referéndum. Es curioso que el Código consagre el pluralismo en el terreno familiar, mientras que en el político sigue imperando el partido único comunista, que es el modelo político tradicional. Aquí no hay innovaciones.

El Código de las Familias rescata la propuesta del matrimonio gay, que ya intentó introducirse en la nueva Constitución de 2019. Entonces  fue  abandonada por la oposición popular que despertaba. De las 192.408 opiniones recogidas sobre esto, más de 158.300 fueron a favor de no variar el concepto de matrimonio como unión de hombre y mujer, y no de “dos personas”, sin  especificar sexo. Ante el riesgo de que la oposición popular a este punto desluciera la aprobación de la Constitución, se optó por aparcar el tema hasta ahora.

Ahora vuelve dentro del Código de las Familias, impulsado por Mariela Castro, directora del Centro Nacional de Educación Sexual de Cuba (Cenesex), y colectivos afines dedicados a la difusión de la ideología de género. Ya se ve que en Cuba, aunque se haya retirado la primera generación de Castros, ser de la familia siempre te  abre  muchas puertas y asegura poltronas.

A falta de cambio en la orientación política, el matrimonio gay se presenta como signo de cambio y apertura. Pero si se trata de eliminar todo tipo de discriminación, el gobierno podría empezar por combatir discriminaciones que afectan a toda la población. Podría eliminar la discriminación que impide a las personas unirse con quien quieran para defender sus ideas políticas y disputar el poder al partido comunista que, todavía en la nueva Constitución, se configura como “fuerza superior dirigente” del Estado. Podría permitir que las personas crearan sus propios medios de prensa, de modo que la opinión pública escuchara voces distintas a las del gobierno, que ejerce un patriarcado político tradicional. Podría quitar obstáculos burocráticos a los trabajadores por cuenta propia, discriminados frente a las empresas de titularidad estatal.

Otra innovación del Código es la “multiparentalidad”, que arrincona el modelo tradicional de padre y madre biológicos. La naturaleza es desplazada aquí con el rebuscado lenguaje burocrático: “En el supuesto de multiparentalidad sobrevenida con motivo de la socioafectividad, apreciadas todas las circunstancias concurrentes y oído el parecer de la hija o del hijo menor de edad (…), puede disponerse o no el reconocimiento de la filiación a favor  de quienes lo han solicitado, sin que ello conduzca al desplazamiento de las filiaciones ya establecidas”. O sea, que el hijo podrá tener dos papás (o cinco, el texto no pone límites), según los avatares de la “socioafectividad”. En un país donde todo escasea,  que al menos el hijo pueda tener más de un padre de recambio.

También se admite la maternidad subrogada, (sin retribución, por supuesto, estamos construyendo el socialismo). De modo que las mujeres estériles o los hombres solos o parejas de hombres puedan acceder también a su derecho al hijo. Pero pensar que gestar un hijo para una pareja homosexual se va a hacer gratis et amore es otra de esas utopías socialistas que acaban creando un mercado capitalista,

En el Código desaparece también el concepto de “patria potestad”, sustituido por el de “responsabilidad parental”, con el que se trata de “acompañar” al menor en su “progresiva autonomía”. Para disipar la desconfianza de las familias cubanas que han perdido ya tantas potestades frente al Estado, los juristas oficiales defienden el cambio como un reflejo de las transformaciones de la familia en Cuba. Yamila González Ferrer, vicepresidenta de la Unión de Juristas de Cuba, pone algunos ejemplos de “crianza positiva y respetuosa” con la autonomía del niño. “Cuando su hijo de 10 años le dice que se siente mujer y que quiere cambiar su sexo, usted en vez de decirle que eso es una aberración, golpearlo y rechazarlo, se auxilia de los especialistas que le pueden orientar  y atender para que cuando sea mayor de edad pueda tomar las decisiones que considere”. Probablemente entre golpearlo y acceder sin más a su deseo hay alguna otra alternativa con la que los padres pueden hacer reflexionar al niño, pero aquí se trata de ensalzar lo nuevo desacreditando lo antiguo.

También podrían ponerse otro tipo de ejemplos. Así, si  su hijo de ocho años le dice que le gustaría cambiar de escuela para ir a una escuela católica, usted tendrá que explicarle que en Cuba todas las escuelas son del Estado y que todas son del mismo género. Y si le dice que le gustaría cambiar de casa, en lugar de chillarle le explicará que bastante suerte es tener una y que la autonomía residencial es más limitada que la libre expresión de género.

 

Presentar el matrimonio gay o la libre elección de género como signos de modernización es bastante peregrino en un país donde no están resueltas necesidades muy básicas. El gran problema de los nuevos matrimonios en Cuba es cómo conseguir una casa, un abastecimiento normal, un sistema de transporte confiable, un trabajo debidamente remunerado, esos problemas de la vida ordinaria que causan tantos trastornos a los cubanos, cualquiera que sea su orientación sexual, y que el poder se muestra incapaz de resolver.

A falta de eso, la ideología de género no es más que una máscara de supuesta modernización en un sistema anquilosado. 

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