Incongruencias de género

Irene Montero, en el centro y de blanco, en la marcha del Orgullo LGTBI de 2021 (Foto: Jesús Hellín / Europa Press).
Irene Montero, en el centro y de blanco, en la marcha del Orgullo LGTBI de 2021 (Foto: Jesús Hellín / Europa Press).

Los progenitores de la” ley trans” no se ponen de acuerdo sobre qué sexo asignar a la criatura. El alma feminista del PSOE la considera una invasión en áreas protegidas de los derechos de la mujer. El alma utópica de Podemos piensa que aquí puede funcionar la varita mágica que convierte el deseo en realidad, cosa siempre improbable en los problemas económicos.  Está por ver si se impondrá la conciliación entre progenitores.

En todo el fenómeno trans, la imposición de la ideología sobre la realidad obliga a aceptar sin debate una serie de incongruencias. Por una parte, hay un afán de normalizar la condición de transexual, eliminando cualquier connotación patológica, y hasta cambiando el nombre por el de trans para evitar cualquier connotación sexual. Para ello se alega que la OMS procedió en 2018 a eliminar la transexualidad del capítulo de trastornos mentales en su Clasificación Internacional de Enfermedades,” lo que supone el aval para la despatologización de las personas trans”, dice la ley.

Como no hay nada biológico que lo corrobore, la calificación de trans es un mero autodiagnóstico. Si ya no hace falta la intervención de un médico que haga un diagnóstico de disforia de género, solo cuenta lo que el interesado dice sentir. Y lo que siente es que su identidad de género no coincide con el sexo biológico registrado al nacimiento. Pero como el malestar y el descontento que siente es indudable, lo atribuye no a una patología, sino a que   no puede expresar ante la sociedad su auténtica identidad. Si la ley la reconoce, su malestar desaparecerá.

Sin embargo, aunque no sea una enfermedad, el Sistema Nacional de Salud debe asumir los tratamientos hormonales y quirúrgicos que necesiten los trans para afirmar su condición. O sea, no es una patología, pero tiene derecho a ser tratada como si lo fuera, pues hasta ahora el Sistema Nacional de Salud intenta remediar las situaciones patológicas. Otras intervenciones sobre el cuerpo, como la cirugía estética, no entran en su cartera de servicios, por mucho que el interesado las desee. Pero la persona transexual, supuestamente discriminada, en realidad pasa a tener unos derechos sanitarios que los demás no gozan. 

Para la teoría queer el sexo y el  género son meros constructos sociales. Es decir, algo que no existe en realidad, sino que es inventado por la sociedad, y  al que se ajustan los miembros de una cultura por inercia. Y si algo es un constructo social es convencional y gratuito, de modo que puede ser cambiado con un acto de voluntad. Lo biológico no cuenta. La naturaleza no importa. El género es elegible y los estereotipos sexuales a los que estamos acostumbrados son cambiables e incluso asumibles alternativamente.

Pero a la vez afirma que la identidad de género sentida nos revelaría la auténtica condición natural de la persona. Así  se mantiene la idea de que al transexual se le adjudicó al nacimiento un sexo que no corresponde a su condición natural, que sería el género sentido. Estaría encerrado en un cuerpo equivocado. Pero este planteamiento de un espíritu encerrado en un cuerpo es un modo ya superado de ver la naturaleza humana, tanto para los transexuales como para los demás. La interacción entre espíritu  y cuerpo no admite esta dicotomía.

Estereotipos reivindicados

Por mucho que se diga que los estereotipos de género son meros constructos sociales, a la hora de demostrar que el género de un niño no concuerda con el sexo asignado al nacimiento se esgrimen estereotipos  clásicos (juegos que le gustan, modos de  vestir que le atraen, lenguaje….) que serían propios y exclusivos del otro sexo. En muchos sentidos, lo trans no pone en cuestión los constructos sociales sobre el género, sino que los refuerza.

Por eso en este punto entra en contradicción con el movimiento LGTB, que rechaza la idea de que determinadas conductas afeminadas sean propias de los gais, y de que las lesbianas sean unos marimachos. En cambio, para el movimiento trans esas conductas indican que son hombres o mujeres encerrados en un cuerpo equivocado.

La teoría de que todo lo que tiene que ver con el género no es más que un constructo social se abandona, en cambio, cuando se trata de explicar la actual proliferación de menores que se declaran trans. Se produce así una respuesta indignada frente a los expertos que aseguran que esta súbita epidemia depende mucho del contagio social, en una etapa vital en que los adolescentes son muy inseguros e influenciables. Según esta explicación, el efecto imitación estaría muy determinado por los contactos en las redes sociales, por la abundancia informativa en Internet sobre los transexuales y la presencia de personajes de este tipo en la ficción actual. Explicación que la ideología queer rechaza. Curiosamente, parece que la influencia social no contaría para nada en el caso de la identidad de género sentida.

 

Ante la dificultad de justificar incongruencias de este tipo, el movimiento trans prefiere zanjar la discusión calificando de transfobia cualquier objeción a sus postulados. Con una fobia no se discute, porque es irracional y solo merece desprecio y sanción. Al final, la despatologización de lo trans exige la creación de la transfobia como nueva patología.

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