Los riesgos de la precaución

Dos profesionales sanitarios, en un dispositivo de vacunación contra la COVID-19 en el Centro Cultural Miguel Delibes, en Valladolid, Castilla y León (España), a 9 de marzo de 2021.
Dos profesionales sanitarios, en un dispositivo de vacunación contra la COVID-19 en el Centro Cultural Miguel Delibes, en Valladolid, Castilla y León (España), a 9 de marzo de 2021.

La suspensión de la inmunización con la vacuna de AstraZeneca por la aparición de algunos casos de trombos y los posteriores cambios de criterio reflejan las incertidumbres planteadas por el principio de precaución. Los expertos insisten, con razón, en que hay más riesgo en no vacunarse que en desarrollar un trombo  por la vacunación. Pero cuando entran en juego emociones intensas la opinión pública tiende a fijarse más en la entidad del posible daño que en el riesgo de que se produzca.

Según la Agencia Europea del Medicamento, el riesgo de que se produzca un trombo tras la vacunación con AstraZeneca es de 1 caso por cada 100.000. El riesgo –variable según las edades– va de 2 por 100.000 para los de 20-29 años a 0,5 para los de 60-69 años. En comparación, el riesgo de morir por covid oscila entre 30 por 100.000 en los de 20-29 años y de 1.000 por 100.000 entre los de 60-69 años. Así que el riesgo de morir al contraer el covid sería mucho mayor que el de sufrir un trombo tras la vacuna. Y la diferencia es aún mayor si se considera el riesgo de acabar en la UCI. Sin embargo, la alarma suscitada indica que la gente centra su atención en el peor de los casos,  y se fija poco en la probabilidad de que ocurra.

La creencia extendida en las sociedades ricas de que todo daño se puede prevenir, de que no hay desgracias sino imprevisiones, provoca una tendencia creciente a exigir responsabilidades a los reguladores. Y, en consecuencia, estos se curan en salud con una actitud defensiva, con precauciones y medidas que responden a los peores escenarios.

Además, siempre se ven con más temor los riesgos potenciales de factores desconocidos, como los de estas vacunas, que aquellos con los que estamos más familiarizados. Así, ahora se ha recordado algo que no suele mencionarse mucho en lo que se refiere a las píldoras anticonceptivas: que, en otros efectos secundarios, aumentan el riesgo de provocar coágulos sanguíneos en las venas.

Este problema dio lugar en 2013 en Francia a demandas contra laboratorios promovidas por una treintena de francesas que habían sufrido trombosis venosa con secuelas graves por el uso de la píldora. La alarma creada por estas secuelas provocó, por una parte, que el Ministerio de Sanidad francés dejara de financiar las llamadas píldoras de 3ª y 4ª generación, que, a pesar de ser más modernas, han provocado más problemas de este tipo. Por otra parte, a causa de la controversia, el uso de la píldora entre las francesas bajó del 50% al 41%.

A raíz de esta alarma, la Agencia Europea del Medicamento (EMA) hizo una revisión del riesgo de tromboembolismo asociado al uso de anticonceptivos hormonales. Ya se sabía que existía este riesgo, confirmado por diversos estudios internacionales. La EMA también encontró que había un riesgo de 5 a 7 casos por cada 10.000 usuarias y año. El riesgo variaba según el tipo de progestágeno utilizado en la píldora, y oscilaba entre 6 y 12 casos al año. En comparación, el riesgo  de trombos entre mujeres no embarazadas y no usuarias de la píldora, era de 2 casos por 10.000.  La EMA concluía que el riesgo era real, pero “pequeño”, aunque recordaba que a la hora de recetar anticonceptivos había que tener en cuenta el perfil y el historial de cada usuaria.

Al notificar esta revisión, el Ministerio de Sanidad español dijo entonces que “los beneficios de estos medicamentos superan sus potenciales riesgos”, aunque “los prospectos se actualizarán para facilitar una información más clara”, señal de que hasta entonces no lo era mucho.

Tampoco es muy claro porqué este riesgo de desarrollar trombos de las píldoras anticonceptivas se considera asumible aunque sea muy superior al de la vacuna AstraZeneca, mientras que la vacuna despierta tantas sospechas y precauciones.

Por otra parte, tampoco tienen la misma motivación ambos riesgos. La vacuna intenta proteger a la gente contra una enfermedad, que puede ser grave e incluso mortal; la píldora “protege” contra la fertilidad, que es un índice de salud. En cualquier caso, este contraste indica que la atención del público –y de las autoridades sanitarias– al riesgo es muy selectiva.

 

Muchas veces olvidamos que los riesgos son parte de los sistemas, y que su eliminación completa puede  provocar la aparición de nuevos riesgos. Por ejemplo, cuantas más pruebas exhaustivas se requieran para introducir en el mercado nuevos fármacos, habrá más protección contra medicamentos mal probados. Pero también se retrasará que los enfermos reciban a tiempo los beneficios de esos medicamentos, como puede ocurrir ahora con las vacunas anti-covid.

No es casualidad que la vacunación esté bastante más avanzada en el Reino Unido que en la Unión Europea. El 47% de la población británica ha recibido ya la primera dosis, mientras que en la UE estamos en el 17%. Entre otros factores, la primacía británica es consecuencia de que desde el primer momento no dudaron en utilizar la vacuna AstraZeneca, a cuya investigación contribuyó el gobierno, sin las controversias ni las rectificaciones que se han dado en la UE. La precaución también tiene su coste.

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