El sexismo va por géneros

Cuando leí el titular de que Yoshiro Mori, el presidente  de los Juegos Olímpicos de Tokio, había tenido que dimitir por sus comentarios sexistas, empecé a imaginar qué habría dicho. ¿Que el deporte femenino no atraía tanto público como el masculino? ¿Que las atletas no sabían competir tan bien como los hombres? ¿Qué no era posible encontrar mujeres capaces de organizar unos Juegos Olímpicos?

Luego resultó que lo que había dicho era que las mujeres del Comité tendían a hablar demasiado. En concreto había dicho: “Cuando aumentas el número de mujeres, si su tiempo para hablar no es limitado, les cuesta terminar, lo que es muy molesto. Las juntas se hacen larguísimas. Les encanta competir a una contra otra”. Sin duda, una generalización exagerada. Y un olvido de que también hay hombres encantados de escucharse a sí mismos, capaces de aburrir a los participantes en una reunión. De todos modos,  los riesgos de la locuacidad femenina han dado siempre materia de chistes, sin que nadie viera ahí una ofensa.  E, incluso, cuando se quieren destacar cualidades de la mujer, se  menciona de modo positivo su mayor fluidez verbal frente a la menor expresividad masculina. Pero si un hombre dice que preferiría que expresaran sus ideas con menos palabras, es un vil sexista.

Se ve que el listón de lo intolerable en relación con las mujeres está cada vez más alto.  Pero me llama la atención que el sexismo se vea como una  ofensa unidireccional, cometida siempre por un hombre contra una mujer. No debería ser así, pues según el diccionario  sexismo es “discriminación de las personas por razón de sexo”, algo que puede sufrir tanto el hombre como la mujer. Por lo general se trata de una generalización injusta de algo negativo atribuido como propio de un sexo. 

Por ejemplo, ¿no sería sexista una frase como “Los hombres son basura”? Sin embargo, es un grito de guerra habitual  entre luchadoras contra el patriarcado. Según la periodista del Huffington Post Salma El-Wardany, “es como el santo y seña del club de las que están cabreadas con los hombres”, un lema que ella comparte (referencia citada en el libro de Douglas Murray, “The Madness of Crowds”). No solo ella y otras feministas justifican sin rubor el Men are trash, sino que además lo explican como un modo de decir a los hombres que “tus ideas sobre la masculinidad han dejado de ser útiles y tu resistencia a evolucionar nos hace daño a todas”.

En realidad, ese lema no es el más incendiario dentro de la retórica de la última ola feminista. “Mata a los hombres” era otro de los utilizados en Twitter, aunque la red social no lo descartó como “discurso de odio”. Para justificarlo explicaban que en realidad no odiaban a los hombres, sino que era “otra forma de expresar su frustración ante el sexismo generalizado”. O sea, combatamos el sexismo con expresiones sexistas. 

Si el presidente del Comité Olímpico ha tenido dimitir por lamentar en un desahogo que “las mujeres hablan demasiado”, cabe preguntarse si no deberían pedir perdón también las feministas que acuñaron el término mansplaining para censurar a los hombres por dirigirse a las mujeres con paternalismo o prepotencia, como si jamás una mujer incurriera en ese defecto. 

Por mucho que las feministas radicales denuncien el “privilegio masculino”, deberían reconocer que hoy son ellas las que se benefician de un privilegio lingüístico y de opinión pública. Si un hombre dice algo negativo de las mujeres en general, es un machista al que hay que silenciar; si una mujer lo dice de los hombres, es una luchadora contra el patriarcado. Si un humorista hace un chiste sobre comportamientos femeninos es un sexista; si las feministas utilizan el lema “kill the men” lo están haciendo en broma. Si un varón se ha convertido en un hombre rico y poderoso, hay que desconfiar de él porque será un prepotente y quizá un abusador; si es una mujer la que sube a lo alto de la escala social, es una mujer empoderada, de la que todas han de sentirse orgullosas. Si un hombre hace afirmaciones que encasillan a las mujeres en roles tradicionales, es señal de que no ha superado estereotipos; pero si una mujer aplica a los hombres el cliché de representantes de un patriarcado secular e inamovible, hay que rendirse sumisamente ante  ese juicio. 

Rasgos asociados tradicionalmente al ideal de la personalidad masculina, como la fortaleza, la asertividad, la valentía, el gusto por el riesgo y la competición, el afán de desarrollar la propia potencia, la magnanimidad en los proyectos… son considerados más como gérmenes de dominación que como cualidades valiosas. En suma, “masculinidad tóxica”. En cambio, enaltecer rasgos de la valía femenina nunca será considerado un ejercicio narcisista ni, por supuesto, podrá dar lugar a una “feminidad tóxica”.

El sexismo va por géneros y el privilegio es siempre algo que tienen los otros.

 
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