Uniones civiles gais: ¿hay demanda?

Papa Francisco.

La polémica suscitada por el supuesto respaldo del Papa Francisco al reconocimiento legal de uniones homosexuales ha obligado finalmente a una clarificación a través de una carta enviada desde el Vaticano a las conferencias episcopales. Según las informaciones publicadas, en ella se explica el origen de las frases incluidas en el documental Francisco de Evgeny Afineevsky, se mantiene que el Papa se refería solo a disposiciones legales de los Estados y que la doctrina de la Iglesia sobre qué se entiende por matrimonio no ha cambiado. 

Antes de esta aclaración, lo que le había llegado a la gente es que el Papa estaría abierto a un reconocimiento legal de las parejas homosexuales como uniones civiles, pero sin que llegasen a ser matrimonio (eso ya sería “cambiar doctrina”). El problema sería que la apertura del Papa contrastaría con la reacción de los “conservadores”, empeñados en negar cualquier reconocimiento a las uniones homosexuales, lo que marginaría así a unas personas que también tienen derecho a una familia.

De todos modos, antes de intentar persuadir a los críticos recalcitrantes de las bondades de la unión civil, habría que convencer a los gais. Porque hay que  plantearse si existe alguna demanda social para una oferta de ese estilo. 

En la mayor parte de los 29 países que hoy admiten el matrimonio entre personas del mismo sexo, su legalización empezó por su reconocimiento legal como uniones civiles. En la propia Argentina, en diciembre de 2002, Buenos Aires se convirtió en la primera jurisdicción de América Latina en legalizar la unión civil entre personas del mismo o distinto sexo.  Algunas otras provincias siguieron el mismo camino. Se dijo entonces que se trataba de dar un arreglo jurídico a problemas de tipo patrimonial, fiscal, de vivienda, de decisiones en el ámbito médico, etc. que podían presentarse en uniones de este estilo. Pero nada de esto fue suficiente. Y los promotores del matrimonio entre personas del mismo sexo siguieron presionando hasta que la Cámara de Diputados lo aprobó en 2010. 

Si hay algún país donde la unión civil distinta del matrimonio ha tenido un éxito rotundo es Francia. Creado en 1999, el Pacto civil de solidaridad (Pacs) se concibió como un contrato social establecido por dos personas, del mismo o distinto sexo, para organizar su vida en común. Se deben ayuda material y asistencial recíproca, por ejemplo en caso de enfermedad o desempleo, asumen solidariamente las deudas contraídas para el sostenimiento familiar, pueden hacer declaraciones fiscales conjuntas, pueden seguir utilizando el domicilio común en caso de fallecimiento, beneficiarse de las prestaciones sociales de la pareja... No exige deber de fidelidad, y para disolverlo basta hacer una declaración de voluntad al tribunal de instancia. En fin, proporciona los medios jurídicos para establecer una unión civil a la carta. 

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Aunque se pensó como un modo de dar cobertura jurídica a las uniones homosexuales, tuvo también un gran éxito entre las heterosexuales que no deseaban casarse por el momento. En 2017, de los 193.950 Pacs registrados ese año, el 3,8% correspondían a parejas del mismo sexo.  Como bajo esta fórmula entraban parejas del mismo o de distinto sexo, no puede decirse que las parejas homosexuales estuvieran discriminadas. 

Sin embargo, tampoco en Francia bastó. Aunque los aspectos instrumentales de estas uniones (administrativos, fiscales, sociales) estaban ya cubiertos, las campañas a favor del “matrimonio para todos” siguieron su marcha, hasta que fue legalizado en 2013. De los matrimonios celebrados en 2017, el 3% correspondieron a bodas gais, que no parecen haber tenido más éxito que el Pacs.

Por eso, cuando se alcanza la fórmula de unión civil, los activistas la ven solo como un paso más hacia la equiparación matrimonial. En Italia, en 2016, el gobierno de centro-izquierda de Matteo Renzi logró hacer aprobar una ley pensada para las uniones homosexuales, en la que también se reconocen las uniones civiles heterosexuales. Los críticos de la ley le reprocharon que era un modo solapado de reconocer a estas uniones los mismos derechos que a los matrimonios. Las asociaciones LGTB lo consideraron un avance “histórico”, pero solo como un paso más hacia el objetivo final. Así, Cristiana Alicata, activista pro derechos de los homosexuales afirmaba: “Con esta ley tendremos una institución equivalente al matrimonio y habremos finalmente derribado el muro del vacío y del silencio. (…) Pero un minuto después de haberlo festejado, volveré a luchar; ahora el PD (el partido de Renzi) debe poner en su programa el matrimonio igualitario”. 

Y es que no es una  cuestión de cobertura jurídica para resolver problemas prácticos de uniones homosexuales, sino de estatus, de reconocimiento. Se trata de que la ley no distinga entre las uniones homosexuales y las heterosexuales; que las uniones gais sean reconocidas también como propias de “gente de orden”, dentro del nuevo orden social; que nadie se atreva a negar que el  matrimonio entre personas del mismo sexo es tan normal y digno como el otro. Y si para eso hay que cambiar el concepto de matrimonio, se cambia. Por eso molesta  incluso que un pastelero no quiera hacerles una tarta para la ocasión y prefiera mantenerse al margen.

Dentro de las campañas en pro de los derechos de las parejas del mismo sexo, no parece que haya demanda para una ley de unión civil que ampare las uniones homosexuales. No hay asociaciones LGTB que apoyen esa opción, a no ser como paso táctico allí donde no hay ningún reconocimiento. Y cuando en el debate sobre las bodas gais los contrarios han estado dispuestos a aceptar la equiparación práctica con el matrimonio pero sin llamarlo así, los promotores LGTB lo han considerado una opción descafeinada inasumible.

Algunos dirán que la Iglesia ha vuelto a llegar otra vez tarde. Pero no, lo que pasa es que la Iglesia no quiere ir a donde algunos quieren llevarla en este tema. El objetivo buscado es que la doctrina católica ya no diga que los actos homosexuales son “intrínsecamente desordenados”, y que la Iglesia bendiga también el matrimonio entre personas del mismo sexo. Si mientras tanto hay que aprovechar unas palabras del Papa sobre uniones civiles y parejas homosexuales para celebrarlas como signo de futuros cambios –cambios que el Papa no ha propuesto–, bienvenidas sean.

Pero no creo que valga la pena discutir sobre una fórmula que casi nadie plantea. Unos porque la consideran muy poco, y otros porque la ven como un paso en la mala dirección. Al final, puede ser una polémica muy artificial.