Relato decimonónico sobre el descaste moderno

Dejo a medias una Quinta de Beethoven para estar a tiempo en el patio de cuadrillas. Frascuelo llega a la plaza un escaso cuarto de hora antes del paseíllo. Desciende, escoltado por sus peones, de una vieja furgoneta blanca matrícula de Alicante decorada con bandas horizontales tan coloridas como pasadas de moda y varias pegatinas taurinas junto a la Cy la Fentrelazadas. Viste de blanco y oro en terno impoluto. El pelo tintado de oscuro –vanidades de la edad– corona el gesto sobrio, orgulloso, de un torero de época. Su rostro, mezcla de guerrero medieval y trabajador incansable, no se permite sonreír al agradecer los ánimos de sus seguidores.

Las banderas custodias duermen la siesta en la primera plaza del mundo. No se mueve una hoja en los tiestos de las andanadas, retales de largas semanas de feria. En el programa de mano, bajo el nombre del primer espada, una sola palabra seguida y un espacio en blanco, tan roto como el del vestido. Apoderado:

Dan las siete con la rojigualda aún plegada como en un cuartel abandonado. Suenan clarines y timbales. El bajo del siete ha puesto el cartel de no hay billetes y el resto de la plaza grita como si los alguacilillos a la usanza del XVI fuesen animadoras de baloncesto. Se ve casi tanto cemento como en las novilladas de Febrero, pero las guiris, como los toros, están más hechas y además menos vestidas en esta época del año.

Carlos Escolar "Frascuelo"­ saluda a los caballeros antes de proceder con los compañeros y cuadrillas. Arranca el paseo entre palmas de acompañamiento a la música. Para los turistas es un domingo cualquiera, pero algunos sabemos que es una fecha señalada en el calendario venteño. Rompe una tímida ovación de aficionados, seguida en parte por el público. Saludos del maestro. Se tapan todos, continúa el pasodoble. ¡Cuánto hemos ganado con el nuevo director de la banda!

De nuevo clarines y timbales. Sale el primero. Sudorosos tras la jarana musical, muchos extranjeros se quitan la camiseta. Obviando la nacionalidad, el protocolo es el de una corrida de 1900. El primer toro, un remiendo de Navalrosal arquetipo de la belleza de Núñez y claro ejemplo de cómo 525 kilos pueden presentar un trapío imponente, es un manso de libro. Para una vez al año que viene Frascuelo, un toro tan bien hecho y tanta mala suerte. Le calzan, que no toma, cinco varas. Frascuelo no brinda. Le jalean algún muletazo mandón, por bajo, en el comienzo. Porfía sin confiarse. El toro es una belleza marchita, un fantasma precioso. Se arranca y es estoqueado de una media trasera, desprendida y atravesada. En mi andanada de sol, con media entrada de extranjeros, se va la mitad de la gente.

Comienza entonces la corrida de toros de José Ignacio Charro, puro Atanasio-Conde de la Corte, la sangre más brava para muchos sabios del campo salmantino. Escarba frente al burladero mientras se coloca el picador. Un subalterno hace las delicias del público saltando la barrera. Al toro lo pican trasero y una nueva voz, sin gracia y potentísima, brama en el siete. El de Charro pierde las manos y se refugia en las tablas. Otra voz me devuelve a Madrid: ¡vaya lidia! El manso huye de la muleta y Robleño pone lo que le falta. Lo lidia, al final, poderoso, sin dejar apenas espacio entre él y las tablas.

Luis Miguel Vázquez, vestido de tercer peón, brega bien al tercero. Dejó escrito Hemingway que la implantación del peto para los caballos era el primer paso de la supresión de la Fiesta, pues en él se mata la fuerza del toro. Al tercero lo revientan mientras empuja. Después pierde las manos al salir y la gente pide que lo devuelvan.

Se levanta una agradable brisa mientras pienso en ese sitio donde embisten todos los toros. En los albores del verano, olvidada ya la feria, aún se echa de menos a José Tomás. Verle torear es como leer a Gracián. Es puro, profundo y, como decía Vilallonga de Cela, a veces demasiado perfecto.

El segundo de Frascuelo se acerca a los seiscientos kilos. Se le aclaman tres buenas verónicas antes de ser desarmado y saltar con algo de dificultad al callejón. Mejores verónicas en los medios y superior la media. Nuevo desarme de capa. Robleño quita con prisas. Un banderillero de fucsia y azabache pasa en falso ante el trotecillo noble y moribundo del morlaco. El maestro brinda al público con sentimiento. Se dobla sacando al animal de las tablas y acartela un cambio de mano soberano. El cárdeno –sucio si se quiere, pero no carbonero, como bien apunta Rafael Cabrera– se confía más que el de oro y la faena no prende más que en chispazos.

 

Me alcanza la sombra mientras Frascuelo brilla en los remates. El toro, enseñado por la mala lidia recibida, pone en apuros al matador, que intenta fajarse al natural. Mata después de tres pinchazos y un aviso. Una americana guapísima, con voz ronca y sandalias de votante republicana, abuchea al madrileño. La Monumental respira bajo una nube y la banda se gusta animando la tarde.

Bien picado el quinto, Atanasio de hechuras a la actual usanza, que mansea y carga con dificultad. Robleño pincha antes de dejar una estocada arriba. El torilero –o su traje, eterno pavo y azabache­­– ha cambiado. Sale el sexto, altísimo, anovillado, astifino: protestado. ¡Pero qué feo es! grita un castizo solista tras las palmas de tango, antes del ¡miau! En cada pase. La andanada ha quedado, a estas alturas, desierta. Si fuesen ocho toros, no aguantaba ni Moncholi. En cuanto a mí, no me molesto en protestar. Los novicios siguen al siete con festiva fidelidad. ¡La luz! gritan. Otro pasa al insulto: ¡Calla, gordinflón! Angelito… Qué misericordia.

Otra disputa prende el aburrimiento general. Luis Miguel Vázquez demuestra más bravura que su oponente, intentando alargar su embestida. 'The second one was the best', ruge cavernosa mi belleza contigua. Pero los olés sentidos han sido para el maestro Frascuelo. Y por fin la tarde muere, entre templados pasodobles, con el sol manso que espera iluminar el aperitivo de la salida.

Comentarios
Envíanos tus noticias
Si conoces o tienes alguna pista en relación con una noticia, no dudes en hacérnosla llegar a través de cualquiera de las siguientes vías. Si así lo desea, tu identidad permanecerá en el anonimato