¡Toro!

Empiezo a pensar que el toro bravo es un ser mitológico. Que existió, pero que se nos ha ido. O que está oculto en las dehesas, esperando a José Tomás, o a alguna de esas corridas francesas a las que uno no puede asistir.

El encaste Domecq, preferido por las figuras, ha sido un desastre general en este San Isidro. Cuvillo (escándalo en los corrales, mala presentación y sosería a raudales), Juan Pedro (que no estuvo mal en su tarde pero arruinó uno de los mejores carteles en la que sustituyó a Garcigrande, rechazada al completo), Román Sorando (rechazada), El Torreón (lamentable sustituta de la anterior), y por último la mayor y peor sorpresa, el petardo de Victoriano del Río, que no por mal juego me pareció tan mal presentada.

Sólo un animal de El Ventorrillo (gran toro pero que tomó sólo un puyazo efectivo) dio el juego requerido en la muleta. Y Dios quiso que la franela fuera la de Alejandro Talavante, que toreó superior por naturales y tuvo la inteligencia y el arte de adornarse cuando el salpicado ya se estaba quedando parado.

Estocada al encuentro y dos orejas de las de verdad, de las que dan la gloria o remiten de nuevo a ella, de las de Puerta Grande. Hacía tiempo que no se veían tantos pañuelos pidiendo la segunda, ni se oían tantos comentarios de acuerdo entre ellos.

La Puerta Grande, al menos en las plazas de primera categoría, debería abrirse cortando las dos orejas del mismo toro. No es que en Madrid sea corriente cortar una y una, pero como toda celebración excesiva, torna en cachondeo las que saliendo a pie habrían sido dos faenas de valor, dignas de consideración.

Desorejó Manzanares al sexto de Cuvillo, un animal noble y complicado que no salvó los colores de su divisa. Una faena de técnica, de poder, con algunos enganchones, otros muletazos rematados y un cambio de mano cumbre. Una faena de una oreja de las de Madrid a la que sumó otra ese público que igual va al tenis que a los toros y que probablemente nunca había visto una estocada recibiendo.

Morante no está teniendo su año, ni en los sorteos de por la mañana ni en el albero por la tarde. Al menos se le agradece que abrevie cuando no lo vea claro. A veces, quizá, debería verlo. Pero si no lo hace es defecto suyo, perjuicio para él y, si se forzara, aburrimiento general. También hay que premiarle que, al hilo de lo ocurrido con Manzanares, no tirará de recursos tipo silla para que esa gente que va a los toros a divertirse le diera un rabo.

La semana de las figuras, muy celebrada por quienes se niegan a admitir que una corrida buena pueda ser mala, fue un aburrimiento. Tras la primera de Morante, la novillada de Flor de Jara tuvo emoción pero casta mala. Talavante salvó la siguiente tarde con naturales de los que sólo se ven en Madrid. A El Juli se le fue un buen Cuvillo y Manzanares hizo lo dicho con el sexto de la tarde.

El Puerto de San Lorenzo, excesivamente premiada como mejor corrida de la Feria de 2010, fue otro petardo. La mató, como la de Alcurrucén de la Prensa, Miguel Ángel Perera. En esta última tarde, Castella dejó escapar, cortándole una oreja, a un buen toro de Núñez.

 

Su problema, como el de Perera, es que si no ve posible la faena opta por ahogar al toro hasta que –a veces— le coge. No seré yo quien quite méritos a dos matadores con muchas facultades para ser figuras, pero si ése es su estilo deberían anunciarse con otras ganaderías. La tan alabada valentía pierde su sentido ante toros sin casta que dan más pena que miedo.

Toros, como decía más arriba, de los que cada vez hay menos. Ya no creo en las ganaderías de garantía.

Cuvillo, dos veces, El Ventorrillo, El Torreón y Victoriano del Río entra las Domecq.Pero también Alcurrucén y El Cortijillo (Núñez), Valdefresno y El Puerto de San Lorenzo (Atanasio), José Escolar (Santa Coloma), Partido de Resina (Pablo Romero) y Palha (Baltasar Ibán y Pinto Barreiros).

Peñajara (Baltasar Ibán) y Cuadri (encaste propio), echaron un gran toro cada una en el conjunto de dos corridas bastante deficientes. Ello no quita, es verdad, que el lote de la última tuviera casta, variedad de comportamientos y emoción en varios de los toros. También a un Fandiño muy serio que supo trasladar esa emoción a los tendidos.

La temporada primaveral de Madrid ha tenido, en general, muy buenos carteles, malos toros y toreros poco dispuestos. Una vez más se cumple el dicho de que cuando hay toro no hay torero, y cuando hay torero no hay toro.

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