Ciudadanos solidarios

Son tiempos de solidaridad, e incumbe a todos los ciudadanos. Toda persona puede y debe ser solidaria en su vida cotidiana, sin hacer recaer esa responsabilidad sólo en los ricos ni en los políticos, aunque las grandes fortunas y los políticos tienen más responsabilidad: las grandes fortunas, por su mayor capacidad; en el caso de los políticos, porque administran unos recursos de todos los ciudadanos y han sido elegidos democráticamente para ello, y la austeridad debe ser su pauta.

Toda persona puede ayudar a los demás con algo de su dinero, bienes, tiempo o conocimientos. Tenemos muchos ejemplos de ciudadanos, que viven o trabajan cerca de nosotros, que son todo un ejemplo. Desde voluntarios de Cruz Roja que dedican tiempo a recaudar donativos en "el día de la banderita" –y que comprobaron que la hucha de donativos se llenaba en pocas horas, gracias, sobre todo, a donativos de ciudadanos de clase media y de avanzada edad- o a ONG de muy diversa índole, hasta personas que dan alojamiento a familias sin recursos hasta que puedan obtenerlos. Personas de toda edad y condición sienten el llamamiento de la solidaridad, que es el de la conciencia. Hay quien enseña gratuitamente inglés, porque en efecto es capacitarse para los actuales y futuros retos laborales; otros ayudar a obtener alimentos; otros donan muebles o ropa que ya apenas usan; otros apenas cobran por sus servicios profesionales a quien ven en graves apuros económicos o pactan el cobro razonable a plazos.

¿Qué impulsa a ser solidario? Conozco muchos católicos que se vuelcan en tareas solidarias porque lo consideran - y lo es – una consecuencia de su fe, una fe con obras. También conozco a otros que tienen otra religión y les sirve de impulso para ayudar a los demás. Otros no tienen una creencia religiosa y también se vuelcan en ser solidarios, porque notan el llamamiento de su corazón y su cabeza, que no permiten aislarse del sufrimiento y las necesidades de los demás, a no ser que se anestesien por la comodidad y el egoísmo. Muchos pensamos que el egoísmo que lleva a la insolidaridad tiene una primera víctima, y es el propio sujeto que hace "oídos sordos" a las carencias de quienes le rodean.

Son muchos los que ponen en práctica la solidaridad, pero no hacen ruido ni apenas ocupan espacio en medios de comunicación. Se oye hablar sólo –y no tanto como se debiera- de algunas instituciones solidarias, pero casi se habla de ciudadanos que individualmente arriman el hombro sin reconocimientos públicos ni micrófonos: ni los quieren ni los esperan. Pero son estos ciudadanos anónimos muchos más numerosos de lo que suponemos, y entre todos tejen una red de esperanza para millones de personas, mucho más sólida de lo que pensamos.

Todos estos ciudadanos solidarios, impulsados por su conciencia a dar un poco de lo que tienen, no entienden que en España, para 2013, se presupueste un gasto de 20 millones de euros para material de oficina en el Congreso de los Diputados y 11 millones en el Senado. ¿Alguien se lo puede explicar? Más que explicar, revisar ese gasto sería más coherente.

 
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